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CRÓNICA

La inocente travesura que me dejó sin habla por dos años

Así fue como me comí una aguja y sobreviví para contarlo.

El doctor se quedó la radiografía por una simple razón.Créditos: Pixabay
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En la sala de emergencias uno se puede encontrar con niños por accidentes que tuvieron, enfermedades o solo para ir a que le coloquen las vacunas urgentes que necesitan, pero en ocasiones el motivo que los lleva ahí puede ser impactante.

Hay historias médicas donde la imaginación hace que un niño intente comerse una moneda,  una canica o lo más común, pequeños caramelos macizos, pero ¿has escuchado que se coman una aguja? Yo sí, me la comí.

Era el año de 1993 y en la recámara de mi madre se veía una telenovela, no recuerdo cuál era, pero me acuerdo perfecto de la ropa tan brillante que vestía Laura León.

A lo mejor era “Dos mujeres y un camino”, pero no lo tengo claro. En uno de esos días en donde las tardes eran largas y la mente tiene pedazos de ese rompecabezas, se encontraba una lata de galletas con muchos hilos y agujas.

Yo no comprendo y creo que eso es parte de la cultura mexicana, pero nadie sabe lo que va a encontrarse cuando ve una caja metálica con figuras de galletas, pero esa vez yo ya lo sabía y tomé la decisión de agarrar lo que siempre me habían prohibido, una aguja.

El tenerla en mi mano me hizo sentir poderoso, nunca pensé que algo tan pequeño pudiera hacer tanto daño, así que lo mantuve en la mano y decidí ir a mi cuarto, donde mi hermana estaba en la cama leyendo un libro.

Ahí decidí subir esa gran litera para llegar hasta arriba y mostrarle el tesoro que había usurpado, pero para que no se me cayera, lo guarde…en mi boca.

En uno de los impulsos que hice no supe en dónde quedó la aguja, pero al querer hablar me di cuenta de que ese tesoro ya estaba a mitad de mi garganta. Una de las acciones que hice fue correr a la cocina y comer plátano, porque de niño me dijeron que si se me atora algo a la garganta puedo auxiliarme con una fruta, pero no fue suficiente.

Ante mi desesperación, fui llorando a la recámara de mi madre, tenía miedo, creí que me regañaría, pero la sorpresa fue otra, mi madre se puso histérica porque al principio no me entendía, pero al deducir que tenía una aguja llamó a todos para visitar el hospital.

En la Unidad de Medicina Familiar (UMF) le dijeron mentirosa a mi mamá, que “las madres siempre inventaban enfermedades a sus hijos”.

Al no tener atención, me llevaron al Hospital Pediátrico Coyoacán, ahí me canalizó un doctor, pero para ese entonces mi mente borró todo ese trauma.

Me contaron familiares que la aguja me bajó al estómago, una radiografía lo comprobó y el especialista contabilizó los días para que yo la expulsara. “sí no sale en tres días lo operamos”.

Con la garganta raspada y una aguja en mi panza, mi familia siguió su vida. Realizaron la fiesta de un primo, donde se burlaron de mí. No me acercaban los globos (porque los iba a reventar) y hacían más chistes sobre la aguja, pero fue en ese lugar donde por fin pude expulsar.

El último recuerdo que tengo de la aguja es el momento cuando un día salí con mi abuelo, me llevó a una tienda y me dijo que seleccionara todos los dulces que yo quisiera ¡El sueño de cualquier niño! Nada más que yo no pedí nada, dejé de hablar hasta los siete años, tampoco comía bien. El trauma de la aguja generó que me llevaran a terapias de habla.

¿Mi radiografía? Mi familia dijo que el doctor se la quedó, porque “era la primera vez que veía cómo un niño se tragó una aguja y sobrevivió”.