Con solidaridad con Ciro Gómez Leyva
Hace unas semanas, Jesús Silva-Herzog escribió sobre lo poco que se reconocen los errores que se cometen en los análisis públicos, y reflexionó sobre sus propios yerros. En nuestra conversación —dominada por el ruido y por las afirmaciones hiperbólicas— esto no es común, pues no existe un debate sincero, sino la descalificación, el insulto, la calumnia y el intento de imponer narrativas. Muy pocos discuten con seriedad y honorabilidad y son capaces de rectificar en sus opiniones.
Hago mío el ejercicio de Silva-Herzog y entono el “mea culpa”. En 2021, escribí en Revista Presente un ensayo titulado, “El (des)orden del cambio”, en el que me dispuse a explicar las formas de dominación que estaban en proceso de transformación y qué podría surgir de ello. Al releerlo, me parece que en algunos aspectos envejeció mal y que en otros me quedé corto. Lo explico a continuación.
En primer lugar me equivoqué en minimizar la vocación autoritaria de este gobierno y en pensar que existía la posibilidad de reconciliar dos formas de democracia: la pluralista y la popular. Sostuve mi argumento en la falta de autocrítica de los intelectuales de la transición a la democracia, su desprecio a los contenidos democráticos y su obsesión con la reelección o la imagen del presidente “todopoderoso”. Hoy, sostengo esa crítica, sin embargo, he de reconocer que al centrarme principalmente en los transitólogos, no observé con detalle que, en nombre de la democracia popular, el gobierno debilitaba el entramado institucional de la democracia liberal y no lo sustituía por uno que conciliara al pluralismo con las mayorías y con los contenidos democráticos, sino que lo cambiaba por un armazón autoritario. Con la reciente reforma electoral —que suprime las capacidades de fiscalización, permite la reelección de diputados por diferentes distritos al que fueron electos la primera vez, que reduce la estructura operativa fundamental para organizar elecciones, y que es claramente inconstitucional— no hay duda de la vocación autoritaria de este gobierno.
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En segundo lugar, me quedé corto en describir la esencia neoliberal de la 4T y el empoderamiento de las fuerzas armadas. Lo que entonces vi como una disputa entre neoliberales y no neoliberales —que se había manifestado en, por ejemplo, la reforma al sistema de pensiones— era en realidad la confirmación de la renuncia del gobierno por echar atrás al neoliberalismo y su decisión de profundizarlo. Esto ya lo he analizado en este espacio y en un ensayo en Nexos, por lo que sólo sintetizo la idea central: el gobierno de López Obrador ha radicalizado al neoliberalismo y únicamente le ha dado un rostro “social” a través de las transferencias directas.
Por último, en mi análisis me concentré en la debilidad estatal, lo que me impidió observar que el empoderamiento de las fuerzas armadas era central para este gobierno. Por su carácter neoliberal, la 4T debilitó aún más al Estado y con ello sólo las fuerzas armadas podían cumplir con las funciones civiles a las que renunció —por ineficiencia o por omisión. La militarización que se profundizó durante la presidencia de Felipe Calderón, se radicalizó durante el gobierno que había prometido acabar con ella, y ahora los militares se encuentran más empoderados que nunca, siendo éste, su máximo legado.
Así, me equivoqué en ver en la Cuarta Transformación una posible mejora democrática, en subestimar su carácter neoliberal y en no considerar central el papel de las fuerzas armadas. Todo eso lo he ido enmendando con el pasar del tiempo. Aún así: mea culpa.