Opinión

A LA IZQUIERDA

La desolación de la juventud

Estamos condenando a nuestras juventudes a la desolación: sin educación, con problemas de salud mental y precariedad laboral, que, además, aumenta la brecha de la desigualdad género.

Créditos: Cuartoscuro
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Para Rousseau, el fundamento del malestar de las comunidades políticas es la falta de afiliaciones sociales que mantienen unido al individuo con el todo. Si la sociedad es el origen de la desigualdad, también debe ser la encargada de construir o reforzar lazos sociales, de lo contrario condena a sus miembros a la desolación.

Un ejemplo preocupante de esto es que nuestras juventudes sufren en silencio el abandono. Las escuelas fueron incapaces de adaptarse durante la pandemia para cumplir con su rol educativo y de sociabilización. Miles de jóvenes quedaron con conocimientos a medias, con relaciones mediadas fundamentalmente por la pantalla y con problemas de salud mental. Un dato alarmante, según el INEGI, es que el suicidio está en aumento y ocurre principalmente en hombres jóvenes de entre 15 y 29 años, aunque, en el último año, también ha aumentado en las mujeres. 

Con el regreso a las aulas, las juventudes se enfrentan al continuo desinterés frente al estudio —producto en gran medida a que no se han adaptado ni los planes de estudio ni la infraestructura frente a los retos postpandémicos— y a la necesidad de recuperar el tiempo perdido y construir comunidades emocionales. ¿Por qué no estamos conversando al respecto?

Pero además, el empleo juvenil se ha visto afectado después de la pandemia. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, el desempleo de personas jóvenes en todo el mundo disminuyó un 23%, y en este año alcanzará a un total de 73 millones, cuestión que afecta más a las mujeres. En tanto, de acuerdo al diario el Economista, que retoma datos de la Enoe, en México hay 205 649 jóvenes menos en algún empleo que en 2019. De igual forma, la participación laboral de las personas entre 20 y 29 años disminuyó en 3.9% en comparación a lo reportado antes de la pandemia. Mientras tanto, la participación laboral de personas de entre 15 y 19 años aumentó prácticamente el mismo porcentaje. Diversos organismos internacionales y especialistas coinciden en que este es un indicador vinculado a la deserción escolar y a la precariedad laboral.

Dicho de otra forma, estamos condenando a nuestras juventudes a la desolación: sin educación, con problemas de salud mental y precariedad laboral, que, además, aumenta la brecha de la desigualdad género. Y por si fuera poco, como suele pasar ante el abandono institucional, la carga de los problemas de las juventudes recae en sus familias, “la institución de seguridad social por excelencia”. Son sus padres y sus madres, algunos de ellos ya personas mayores, quienes tienen que lidiar y consolar sus malestares. Todo esto en medio de un desolador contexto de violencia.