Un malabarista se caracteriza por manipular con destreza varios objetos: los gira, los mueve de un lado a otro y los arroja por los aires sin perder el equilibrio. Además, se distingue por la capacidad de evitar que toda clase de objetos caigan al suelo, sin importar las circunstancias y que estos sean cada vez más insostenibles. En nuestro español, también se conoce a un malabarista como alguien que sincroniza varias cosas o ideas sin que se contrapongan entre sí. Se trata, en síntesis, de alguien cuyo objetivo principal es mantener el equilibrio sin importar la coyuntura y lo que tenga que sostener.
En nuestra conversación pública, ningún analista representa tan bien el malabarismo como Jorge Zepeda Patterson. En cada artículo, ataja el contexto y ejecuta malabares con diversos argumentos que, sin importar si son poco sólidos o contradictorios, terminan en un “equilibrado” análisis sobre el gobierno de López Obrador.
Un ejemplo de esto es su columna publicada el 12 de octubre en el Diario El País, en donde pretende analizar el proceso de militarización de una manera “diferente”. En ella explica que el presidente fortaleció al ejército para “eliminar el riesgo de que, a su vez, la derecha utilizara a los militares para sacarlo de Palacio si las cosas se ponían al rojo vivo”. El malabar consiste en que le parece políticamente destacable que, para evitar que los militares tomaran el poder por las malas, mejor se los entregó por las buenas. Con ello, todo lo demás está bien, aunque sea contradictorio: no hay gravedad en que un presidente “republicano” amplíe las facultades formales e informales de las fuerzas armadas, mientras se trate de una supuesta jugada maestra para anticipar un golpe de estado.
Pero esto no es suficiente, un malabarista no destaca por aventar y cachar con soltura una sola cosa. Sabe que debe aumentar el grado de dificultad, y así lo hace. La misma vocación republicana que mantiene mágicamente el presidente en su argumento, es la que debe dar tranquilidad a los lectores. No hay un riesgo autoritario porque AMLO no se quiere reelegir. En primer lugar, porque ni Madero ni Juárez se lo permiten, después, porque los morenistas —esos que han justificado todas las decisiones presidenciales— tampoco se lo van a permitir, y, además, porque los todopoderosos militares se caracterizan por mantener el orden constitucional. Pero, por si no hemos quedado convencidos, —y con esto redondea su espectáculo— no hay razón para preocuparse porque no hay posibilidades de que Morena pierda las elecciones. Para Zepeda Patterson es obvio que solo se puede pedir normalidad democrática si se cuenta con posibilidad de vencer políticamente. Así que les pide a los lectores y a la oposición que, como él, crean en la vocación republicana del presidente, y si no, que se resignen, pues de todas formas van a perder. Luego de eso cierra el telón: “Y sea por una razón o por otra, eso es un pensamiento tranquilizante”.
Como buen malabarista, Zepeda Patterson evita cualquier razón de peso que pueda hacer que pierda el equilibrio. En su columna, no menciona cómo los Guacamaya Leaks han evidenciado la corrupción y el actuar poco democrático del ejército; ni que el Informe sobre Ayotzinapa ha documentado que las fuerzas armadas participaron en la desaparición de los normalistas en colusión con el crimen organizado, ni le parece importante que los militares presionen, tanto en público como en privado, para que se elaboren y se voten reformas favorables para ellos. Ningún rasgo estructural y evidente del autoritarismo le importa, pues el único riesgo para que caiga el orden democrático es la reelección del presidente. Y cómo cree que eso no va a pasar, elige —quizás con sinceridad— estar tranquilo.
Esta forma de hacer malabares es la base de prácticamente todas sus columnas, aunque en algunos casos es menos sofisticado. El 16 de octubre publicó un texto en Sin Embargo sobre el libro “El rey del cash” de Elena Chávez. El libro, como comenté en otra columna, es francamente malo y poco riguroso, pero el malabarista intenta utilizar los argumentos de la autora para mostrar que el entorno de López Obrador es austero. Sin embargo, en esta ocasión se encuentra poco inspirado y luego de ordenar ciertos relatos del Rey del Cash, dice lo siguiente: “el movimiento, está claro, se apoyó en recursos de militantes, funcionarios y empleados públicos y algunos lo hicieron con menos ganas que otros, empresarios simpatizantes y muy probablemente, en efecto, de transferencias de gobiernos afines. Esto último no sería algo para enorgullecerse, pero palidece frente a la escala en que lo han realizado los gobiernos priistas y panistas”.
Así, involuntariamente, en aras de montar su típico espectáculo equilibrista, acepta el argumento central del libro: López Obrador financió ilegalmente su actividad política. Pero, rápidamente, para corregir el resbalón, acota: sí robaron, pero fue poquito y, en todo caso, con buenas intenciones: “fue algo a lo que Morena se sintió obligado para estar en condiciones de ser competitivo frente a los adversarios a derrotar”.
Pero bueno, no es para tanto: hasta al mejor malabarista se le cae el show entero.