Tras la agresión de la que fue víctima en 1988, Alejandra María Tovar había decidido abandonar su segundo nombre. Para ella, Alejandra dejó de existir el día que un grupo de personas le arrojó ácido al cuerpo y posteriormente la lanzó a un río en la Ciudad de México.
Con el paso de los años, decidió abrazar su nombre: entendió que la violencia de la que fue víctima, si bien la marcó, no define su vida. Ahora hablar le sabe a bálsamo y libertad, como si cada palabra fracturara el peso de tres décadas de silencio donde su voz fue prisionera.
“He comprendido que esta que está aquí es Alejandra María, que sí tuvo un evento muy catastrófico o malo, pero en mí está la opción de seguir atrapada o ya no sufrirlo; creo que lo estoy aprendiendo a hacer porque sí me demoré mucho en aceptarlo”.
Alejandra cuenta que en algún momento de su vida pensó ser la única mujer en México que había sido víctima de un ataque con ácido; sin embargo, hace un par de años, pudo encontrarse con más sobrevivientes y caminar junto a ellas para exigir un país seguro para todas.
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Agresores sin rostro
A sus 56 años, Alejandra María carga con una herida que el tiempo no cicatriza: cuanto tenía 20 años, un grupo de personas -hoy tan anónimas como entonces- la interceptaron. Tres décadas después, ni sus rostros, ni sus nombres han sido revelados; tampoco hay justicia.
María caminaba junto a su hermana por la avenida Chalma de Guadalupe -en la alcaldía Gustavo A. Madero- rumbo a su casa, cuando de pronto tres personas encapuchadas emergieron de la nada para arrancarla de su vida y arrastrarla a una pesadilla.
Empujaron a su hermana, mientras que a María la subieron a un vehículo. Unos metros más adelante, durante el forcejeo, uno de los individuos le lanzó ácido al cuerpo.
“Dentro de mi mala suerte hubo algo positivo: que a mí me aventaron al río San Javier, eso me ayudó para que el ácido no llegara a más, si no hubieran hecho eso, yo creo que el escenario sería peor”, recuerda Alejandra María.
Cada ocasión en que rememora lo sucedido se pregunta de dónde vino la agresión, aunque siempre la incertidumbre persiste: desconoce quiénes orquestaron el intento de feminicidio.
Más de 30 cirugías reconstructivas… que no fueron suficientes
Alejandra María narra con claridad su ingreso al nosocomio donde recibió atención médica. Notó que el personal desconocía cómo actuar en este tipo de casos.
Dice que si bien la intención de todas y todos los especialistas fue salvar su vida, no tenían las mejores herramientas para hacerlo.
Entre 1988 y 1996 pasó gran parte de su vida yendo de su casa al hospital y viceversa; en ese lapso de tiempo, 31 cirugías reconstruyeron funciones vitales. Ninguna devolvió el rostro que se desdibujó. El sector salud le impidió mirarse al espejo sin que las cicatrices gritaran aquella noche de 1988.
Las cirugías reconstructivas le permitieron hablar, mover los labios e incluso respirar. Desgraciadamente, se le negó cualquier otro procedimiento estético que pudiera ayudarla a verse como antes.
Seis meses posteriores a la embestida, María logró recuperar la vista. Esa primera lucha fue solo la introducción de una larga odisea.
Los agresores sin rostro
La justicia tendió una mano vacía. Las autoridades solicitaron dinero a la familia de Alejandra María a cambio de dar seguimiento a la investigación de su caso. Ellos decidieron que era más importante destinar cada peso en sanar heridas visibles. Y así, el caso se enterraba en el silencio de los expedientes olvidados.
“Yo creo que primero estaba mi vida. De todas maneras, años después se olvidó el caso y hasta el momento las autoridades no le dieron seguimiento”.
La vida después de una tentativa de feminicidio
Luego de que el asunto fuera cerrado y la atención médica terminara, Alejandra continuó con su vida. No ha sido sencillo: cargó en su espalda con las consecuencias laborales, emocionales y económicas que llegan como continuación de la violencia.
Por ejemplo, en el ámbito laboral, le costó el doble de trabajo encontrar un espacio para desempeñarse. Las cicatrices que el ácido le dejó trajeron consigo discriminación.
Al hablar de las afectaciones emocionales, Alejandra María refiere que por años “se sintió en el suelo” y en una “montaña rusa”, misma que se mantuvo con el paso de los años, hasta que logró obtener atención psicológica que le permitió “aceptarse”.
“Me podrás ver maquillada y todo eso, pero yo me quito el maquillaje y es recordar. Por eso a mí la terapia psicológica me ha ayudado mucho, me ha ayudado a aceptarme, a aceptar lo que pasó y que ya no me duela”.
Hoy en día, Alejandra María no camina sola: acompaña a otras sobrevivientes de la misma violencia que enfrentó desde la Fundación Carmen Sánchez, la misma que la cobijó; de la mano de ellas, convierte cada paso en un grito colectivo que exige un México seguro para las mujeres.
La historia de Alejandra María forma parte del especial "Rostros de resistencia. Reconstruir la vida tras un ataque con ácido". Puedes leer el reportaje completo AQUÍ.