Cuando O apenas tenía 2 años, vivió un abuso sexual. Cuando N tenía 17 años, vivió una violación. Ambas no recuerdan nada, pero sus vidas quedaron marcadas por un hecho del que no tienen registro en la memoria.
Para O, han sido 13 años de pelear en juzgados ya no sólo por justicia por ese caso, sino incluso por el derecho a vivir su vida lejos de su abusador, su propio padre. Para N, la experiencia le ayudó a descubrir lo importante que es para una mujer que ha sufrido violencia de cualquier tipo, contar con una red de apoyo que la ayude a salir adelante.
Ambas tienen algo en común: la justicia dejó de pasar por las instituciones para encontrarse en el respeto a sus derechos y la capacidad de seguir adelante sin que sus vidas estén marcadas por un hecho del cual no fueron responsables sino víctimas y ahora son sobrevivientes.
A petición de las víctimas, sus nombres se cambiaron; pero sus historias son lo más apegado a lo que vivieron.
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La necesidad una red de apoyo tras una violación
Cuando N cuenta su historia, aún tiene dudas de lo que pasó. Ella tenía 17 años, y en ese momento no tenía claridad de qué hacer, a quién contarlo y cómo lo tomarían.
"En ese momento, pues así como la sociedad, nos echa la culpa a nosotras por la ropa, por el alcohol, pues nosotras mismas, ¿no? Yo tenía 17 años, ¿qué podemos saber de la vida? Y más en esas épocas en donde era un tabú y era mucho menos hablado que ahora ¿no?", reprochó.
Ella contó que cuando ocurrió la violación, ella había bebido mucho, lo que acusó que contribuye a la revictimización de las mujeres que han vivido un delito como ese, pues se les cuestiona incluso si dieron su consentimiento bajo los efectos del alcohol "y no se acuerdan".
Este tipo de comentarios la orillaron a que se reservara esa historia y no la contara a muchas personas, pues la hicieron sentir revictimizada.
Para N, quizás uno de los mayores desafíos fue identificar lo que había ocurrido, pues si bien sentía que algo no estaba bien, no tenía claro cómo nombrar a lo que había ocurrido.
"Emocionalmente, obviamente sabía que algo había sucedido y que no estaba bien. Y que yo no había dado ningún consentimiento y que pues no, yo no había querido y no lo hice de manera consciente ni con consentimiento. Lo cual hoy en día entiendo que eso es una violación", reprochó.
Y aunque reconoció que prefirió no guardar silencio, tampoco optó por de seguir las vías que ofrecen las instituciones de justicia del país, por lo que casi una década después, el delito quedó impune.
Al final, la experiencia de N le permitió darse cuenta de lo relevante que es para los casos de violación y abuso sexual que haya una red de apoyo para las víctimas y sobrevivientes.
"No encontré una red de apoyo. Creo que es importante hoy en día, pues nadie nos enseña cómo. No encontré una red de apoyo, sino que creo que después de casi 10 años la logré crear. También con como resultado de mi testimonio, donde más mujeres alzaron la voz y creamos un círculo de sobrevivientes de violencia", relató.
No obstante, esto no afectó la confianza que sentía N, pues si bien, en su experiencia de acompañar a otras víctimas de violencia sexual, este tipo de agresiones pueden destruir vidas, en su caso tuvo una combinación de factores que la ayudaron a superar ese hecho y seguir adelante, enfocándose en lo positivo.
"En mi caso particular, mi atención por suerte sí fue en aspectos positivos, pero los efectos de la violencia sexual literalmente destruyen vidas, generan ansiedad, depresión, trastornos de conducta, entre otros muchos problemas. Acá es una cuestión de entre privilegios, apoyo y carácter individual. En mi caso personal fue enfocarme mucho más en mis estudios cosa que nunca había hecho antes", compartió con Grupo Fórmula.
Desde su perspectiva, a la par de la justicia, las víctimas y sobrevivientes de abuso sexual requieren de un proceso de sanación que les permita sentirse mejor y despegar su vida de las marcas de una violación o un abuso sexual.
"La justicia no te tiene que dar sanación de manera directa. O sea, te puede dar una cierta sensación de justicia el que metan a la persona que te violó a la cárcel. Pero eso no quiere decir que tu proceso individual ya haya sanado. No siempre hay una relación directa entre estas dos, pues puede haber justicia y no haber sanación; lo mismo pueden no haber justicia, pero sí puede haber sanación", acotó N, sobreviviente de violación.
O, sobreviviente de abuso sexual infantil
O no tiene muchos recuerdos de la primera vez que ocurrió el abuso sexual hace casi 13 años. Pero su mamá ha tenido que narrar en repetidas ocasiones esta situación, muchas veces, a riesgo de que no le crean.
Todo pasó cuando tenía unos 2 años , y su padre la tocó. El hombre con el que hoy vive contra su voluntad por orden de una jueza fue su abusador.
Según I, la mamá de O, los abusos fueron reiterados. No fue una ocasión, y siguieron mientras O creció. La primera vez que pasó, I trató de denunciar los abusos, pero la desestimaron al considerar que las lesiones que presentaba la niña se debía a un tema de descuido de higiene. Sin embargo, el abuso se repitió.
Ellas vivían en el Estado de México, pero como estaba próxima a su segundo parto, se quedó a vivir con su mamá en la CDMX, mientras el señor vivía en la zona conurbada. Y aunque I hacía lo posible por que el señor no estuviera en contacto con O, él se las ingeniaba para visitarla y convivir con ella.
Era finales de 2009, cuando ella y su hija se alejaron del padre; se fueron a vivir con su mamá y su hermana, pero como I estaba embarazada, el padre buscaba estar cerca de su familia; entonces él aprovechaba los momentos en que lo dejaban solo con la niña para tocarla, denunció la madre.
"Yo hacía cosas para que él se quedara (allá), pero él venía porque él quería llevarme al hospital. Cada vez que él venía para llevarme, la niña (me decía) 'Otra vez me tocó mi papá la colita'. Y yo 'Es que tú tu papá no te puede llevar al baño, que te lleve tu abuelita, tu tía. Ellas son las que te tienen que llevar al baño, tu papá no'. 'Es que él dice que él sí puede', decía O. Cada vez que él iba, era lo mismo", comentó.
I trató de denunciar los abusos, incluso, en los días previos al parto de su segunda hija, E, recibió una orden de arresto en contra de su entonces esposo. Y cuando E nació, en abril de 2010, su padre estuvo en las inmediaciones del hospital esperando a la salida de la madre y su hija; pero lograron salir a escondidas sin encontrarse con él.
Luego trató de retomar la denuncia contra el padre de las niñas dos años después, y cuando por fin encontró una psicóloga que practicó los estudios a O para constatar que había habido abuso sexual en su contra, llevaron estos ante las autoridades; pero después le notificaron que los papeles habían desaparecido.
A la par, la psicóloga, el psiquiatra y el pediatra que habían tenido conocimiento de la situación de O declinaron de acudir a declarar ante las autoridades por considerar que sería riesgoso para ellos. Y cuando por fin lograron reabrir el caso, la propia perito que realizó una nueva evaluación también se desdijo, y retomaron la hipótesis de la falta de higiene.
En 2011, tuvo una audiencia con el juez de lo familiar por el tema de la guardia y custodia. Entonces I quiso mostrar la orden de arresto con la que contaba contra el padre de O y E, pero el juez le pidió que la guardara.
"Yo pensé que ya con esa orden yo lo iba a arrestar; no pude. Porque se tenía que hacer otra investigación y que porque había mucha contradicción en mis declaraciones y que no coincidía y que porque ya había pasado mucho tiempo", relató I.
Recordó que incluso ofreció que O, quien por entonces tenía 4 años, declarara sobre lo sucedido, pero la respuesta fue la misma, que había pasado ya mucho tiempo de los hechos de abuso sexual en su contra, y que incluso podrían tomarlo como manipulación de parte de la madre.
Entonces I reclamó lo que cualquier persona haría para alejar a una víctima de su agresor. En ese momento, en el juzgado de lo familiar, mientras se dirimía con quién se quedarían las niñas, se le requería que O y E se encontraran con el agresor en los centros de convivencia familiar.
"Pero médicamente a mí me dicen los doctores que no permita que haya convivencia con la niña, que es su agresor, porque la niña cada vez que tiene confrontaciones o lo ve, le tienen que estar regulando medicamento; la niña se me desvela, no duerme.
"Está ansiosa, se arranca el cabello, se corta el cabello, la niña se me desboca, ¿qué hago?, o sea, mi niña antes de un estado de ansiedad tremendo. Entra en crisis", alegó I.
Pero se le negó nuevamente la atención y el distanciamiento de su padre. Sin embargo, las autoridades del juzgado le indicaron que el caso se cerraría, pero en caso de que el seño incurriera nuevamente en un abuso contra las niñas, en automático sería detenido. Así fue como el caso de abuso quedó sepultado.
Años después, hacia 2016, cuando E tenía unos 6 años, en los centros de convivencia familiar donde pasaba tiempo ocasionalmente con su papá, tuvo ganas de ir al baño, y no había nadie que la acompañara. Entonces su papá la llevó. En ese momento se repitió la historia de su hermana, O, y también vivió un abuso sexual de su propio padre.
Fue en un centro de convivencia familiar donde pasó todo. E recordó que su mamá le había dado la indicación de que si quería ir al baño, le llamara a las personas que administran el centro para que le hablaran a su mamá y ella la llevara. Sin embargo, una ocasión aprovechó para convencer al personal del lugar e insistió en acompañar a su hija al sanitario.
"Entonces un día, me andaba de baño y mi padre le dijo que no se preocupara, que no le llamaran (a I), que él me podía llevar; y yo dije que no, porque mi mamá me decía que no. Me dijo que la misma historia de que no, que se podía que es porque es mi padre.
"Entonces él me lleva al baño, y por lo que yo tengo memoria, no fue así tanto por suerte pero pues sí, (me dio) toques. Y yo estaba confundida, entonces le dije a mi mamá todo eso, inocente, sin saber qué onda. Entonces me acuerdo que mi mamá dejó de llevarnos", rememoró la joven de 13 años.
Entonces comenzó el calvario por tratar de resolver la guardia y custodia de las niñas, es decir, con quién se quedarían, mientras su madre trataba de protegerlas.
Ese proceso, que se ha extendido por más de una década, prácticamente toda la vida de E, ha mantenido a las dos niñas en vilo, pues luego de que su madre ganara la custodia en 2018, tres años después, tras más de un centenar de amparos del padre de las niñas, recibió una notificación de un juez federal de que las niñas tendrían que vivir con él, y desde hace cuatro meses, O y E viven, contra su voluntad, con su padre. Su abusador.
Con información de Itzel García.
Esta información forma parte de la investigación especial Sobrevivir juntas a la violencia contra las mujeres realizado en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres (#25N).