Lejos del gris del pavimento y el hormingón de la Ciudad de México; lejos de los cielos constipados de la capital; lejos de los desiertos de Sonora o Hidalgo; de las montañas secas de la Sierra Madre, en el Tren Maya todo es verde, limpio. Cristalino.
No importa a dónde voltees a ver: de izquierda a derecha todo es vegetación, follaje y selva. Verde, verde y verde. Hacía arriba, si se dirigen los ojos allá, hay uno de los cielos más azules que podrás ver en tu vida.
El Tren Maya, proyecto estelar de la autodenominada Cuarta Transformación, inició de manera oficial los viajes de pasajeros el sábado 16 de diciembre con una ruta que va de Campeche hasta Cancún y viceversa. De la ciudad amurallada al principal destino de Hispanoamérica.
Boletos clase premier, con un costo de hasta mil 882 pesos para los turistas nacionales, así como boletos clase turista, cuyo precio asciende hasta los mil 166 pesos para las y los mexicanos, son los dos paquetes que, por el momento, ofrece este ferrocarril que recorre el sureste del país.
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Todo es verde: así son los paisajes del Tren Maya
No sólo es Tabasco, el sureste mexicano es un Edén en su totalidad. Su biodiversidad lo convierten en uno de los principales pulmones del territorio nacional… y del continente entero.
Jaguares, tucanes, guacamayas y árboles de maderas preciosas, como la caoba, son ejemplo de los tesoros naturales que alberga esta región de la nación mexicana.
“Asómate a ver si ves a un jaguar”, dijo uno de los primeros pasajeros que estrenaron el ferrocarril el pasado sábado 16 de diciembre. “Va a estar difícil, se esconden de nosotros”, le respondió su madre.
El Tren Maya goza de una panorámica privilegiada respecto a los bosques tropicales del país y, de hecho, en los vagones hay miradores para poder apreciar la panorámica del sureste.
Es difícil, sin embargo, poder observar la fauna de la región en su justa dimensión. Aunque hay la posibilidad remota, casi imposible, de ver a un jaguar o un tucán, en el tramo inicial lo más común es ver pájaros y gavilanes surcando el cielo. Una que otra mariposa. Y muchos perros.
Respecto a los paisajes, la mayor parte del tiempo se observa selva baja, de árboles menores a 30 metros, así como praderas y sabanas, sobre todo en el trazo que va de Campeche a Mérida.
Hay ocasionales cuerpos de agua en medio de la selva, así como granjas y pequeñas comunidades. En ningún momento se ve el océano, ni ninguna ciudad, a pesar de que inicialmente se contemplaba que las vías férreas pasaran por el centro de Mérida. Tampoco se observan pirámides ni zonas arqueológicas desde el recorrido.
Puentes, carreteras y caminos, además de las obras de las estaciones del proyecto ferroviario, así como algunas fábricas y centrales de la CFE, sobre todo cerca de los principales centros urbanos, son los únicos que llegan a romper brevemente el verde selvático en algunos metros a lo largo del trayecto.
En los tramos que ya se encuentran en operación, la panorámica más bella es en la selva que rodea al Chichén Itzá, pues impresionantes árboles, palmeras y flores rodean ambos lados del trazo del Tren Maya.
Esta vista es espectacular y parece una pintura de fantasía. Dan ganas de meterse a explorar los secretos de la jungla… y quién sabe, quizás encontrarse con un jaguar o una guacamaya.
Y todo esto lo atravesaban nuestros ancestros, sin celulares ni GPS, asediados por depredadores, es lo que uno piensa al atravesar la selva dentro del ferrocarril.
Es verdad que tanto verde, un único paisaje, puede llegar a ser monótono, o más bien abrumador, después de varias horas de viaje, pero no deja de ser una increíble estampa que nos recuerda la belleza natural de nuestro país.
Lejos de las verrugas de concreto y los lunares de acero que predominan en la capital mexicana, aún queda vida en el sureste del territorio nacional. Y faltan las mayores atracciones: los tramos pendientes de inaugurarse que atravesarán el corazón del mundo Maya.