-¿También vas a entrar? Me pregunta un hombre, pero me hago el loco.
A pesar de ser las 10 de la mañana hay una vasta cantidad de transeúntes en 16 de septiembre, pero la nubosidad del día simula ser más tarde.
Durante mi andar por la calle del centro, decido entrar a un túnel que está a la vista de muchos, que con risas y curiosidad captan las tan famosas letras fosforescentes, de gran escala y que dice: “Cine Savoy”.
Trato de llevar una vestimenta indiscreta, pero parece ser que tengo uniforme, al ser una persona cuyo destino sería a lo que muchos siempre piensan que es, pero a su vez tienen curiosidad.
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Porque, por muy grandes de mente y edad que parezcan, a muchos siempre les llama el morbo, pero no nada más para el sexo, sino para cualquier caso como: accidentes de vialidad, encuentros en el último vagón del metro, así como la curiosidad de la gente que está parada o recargada en los postes y paredes.
Esa gente que espera ver el momento de que alguien se detenga para poder entrar al cine y cuanto menos lo espere, ¡bam! Caminar rápido para entrar a ese túnel con letras fosforescentes.
Hay momentos que la gente empieza a desaparecer, pero una vez que uno decide avanzar al túnel, los locatarios observan, ves que la mirada juzga y para la sorpresa de unos, también caminan a la misma dirección.
Al entrar, parece que llegaste a los años setenta, porque el polvo y los maniquíes delatan el pasar de los años. Uno camina y ve que hay gente zopiloteando la taquilla, hasta que por fin uno se avienta y pide un boleto para entrar al cine.
Otros tienen la confianza y se forman para comprar los boletos. En este cine todos entran, pero nadie juzga que solo hombres estén en la fila.
Entrego el cambio exacto, porque a pesar de tener el mismo precio que los otros cines, prefiero apurarme para que otros ya no me sigan con la mirada. Desaparecen los 70 pesos que dejo y me indican que hay “permanencia voluntaria”, afirmo y avanzo.
Cada paso que doy empieza a aumentar la temperatura. Todavía no entro a la sala y sorprende cómo el cambio de las nubes frías de la calle se convierte en un calor sofocante, un vapor que se siente en la piel.
Entrego mi boleto al taquillero, hay una tienda en donde lo único dulce que venden son los condones y lubricantes en paquetes individuales.
-¿No va querer joven? Me pregunta uno.
Lo ignoro y pregunto la dirección del baño, me confirma que es la puerta detrás de mí e ingreso.
Al momento de entrar pude ver la gran cantidad de hombres que no se retiraban del mingitorio. Unos ayudando a otros y yo solo espero a que terminen de ayudarse mutuamente. En verdad ¡Necesitaba usar uno!
Al ver que todos se saludaban de mano, localizó una taza de baño, al terminar un hombre me esperaba afuera. Sus pantalones estaban en el suelo y solo le advertí que se le cayeron.
Sin agua y mucho menos gel antibacterial, me doy cuenta que podría ser un lugar repleto de COVID-19, pero aun así decido entrar, por la morbosidad de saber qué es lo que hay adentro.
Gano los asientos de en medio, la película ya ha iniciado y yo, sin ningún dulce, comienzo a ver la historia de George, donde uno podía entender que su oficina entraba toda clase de personas para permitir penetrar algunos asuntos.
Me percato que yo soy la única persona que entiende la trama de la película. Hasta adelante hay un grupo de hombres; a un extremo de la sala esta un hombre que empuja a otro, por detrás, pienso que se le ha atorado una palomita de maíz a lo cual trato de ayudarlo, pero al poco tiempo se levanta y se sale de la sala.
A pesar de la poca gente, se hicieron grupos y yo como siempre, me mantengo sólo. Hasta que en un momento puedo ver que un hombre se sienta a mi lado, muevo mi cabeza.
Regreso a ver la película, pero al momento de ver la pantalla su cuerpo ya estaba a un extremo del mio y ahí confiesa que este cine se lo recomendaron sus amigos, que es colombiano y que tiene un bulto grande. Veo la película y dejo de prestar atención a la historia de la pantalla para pensar ¡Qué pesado ha de ser venir, desde Colombia, con un gran bulto!
Después de ver que un hombre se sienta al lado del colombiano, yo me mantengo en el hilo de la película, mientras que ellos empiezan a repetir las escenas de la pantalla, al igual que los otros hombres que están en primera fila. Algunos tapan la escena con su cabeza, yo me molesto.
La película termina y el vendedor de la tienda grita, promueve el respeto y la sana distancia. Entonces, los hombres que estaban en la sala se mueven cual cucarachas en la cocina y en ese momento una luz muestra que adentro son más de veinte sujetos y el reloj apenas marca las 11:30 de la mañana.
Me levanto de mi asiento y conforme camino siento en mis zapatos el piso pegajoso, busco al culpable de quién había tirado su refresco, pero al ver que nadie lleva alimentos decido ir a la salida, donde un hombre de bigote y cuerpo robusto me sigue, llega a la salida del túnel y contesta su celular.
-Hola, princesa ¿cómo estas?