Opinión

OPINIÓN

Desgracias

El Gobierno de López Obrador no resultó ser nada de lo que dijo. Los únicos que dan las gracias por su sexenio son los subordinados y los devotos.

Créditos: Cuartoscuro
Escrito en OPINIÓN el

Como muchos otros jóvenes de izquierda, me identifiqué por mucho tiempo con el proyecto de Andrés Manuel López Obrador. En primer lugar, fue por herencia familiar: mis padres votaron primero por Cuauhtémoc Cárdenas, y luego por él. Se indignaron con el fraude de 2006 y lo apoyaron desde entonces hasta hoy, al grado de que actualmente mi padre se disgusta conmigo por convertirme en un crítico y no ser un devoto como él.

En segundo lugar, me llamó la atención su rebeldía y defensa de la libertad. López Obrador era un “punk” que denunciaba la arbitrariedad de los poderosos, que hablaba como se le daba la gana sin necesariamente detentar una posición de poder (que lo blindara frente a los que incomodaba), y que prometía terminar con la hipocresía de los que mandan. Para todos los que anhelamos desde siempre que el país sea un lugar en el que se pueda ejercer libremente la opinión pública sin sufrir represalias de profesores, empleadores y demás, su discurso fue más que llamativo.

En tercer lugar estaba la igualdad. Nada más interesante para un joven de clase media baja que la promesa de terminar con el nepotismo, con la desigualdad de oportunidades y con las “palancas”. Poder aspirar a triunfar en la vida desde la posición que, por cuestiones del destino nos tocó, es algo que cualquiera que haya vivido algún tipo de opresión desea, más cuando eso se extiende a sectores que viven profundas opresiones por su condición étnica, económica o de género. “Libertad e igualdad para todas y  todos”, sonaba genial.

Por último, por su promesa de más democracia. Solo en una república democrática se puede conjugar la libertad y la igualdad. La libertad de realizarse plenamente bajo la igualdad de oportunidades; libres de las condiciones de opresión fuera del control de los individuos. Por ello, su promesa de llevar la democracia más allá de los procedimientos institucionales era tan poderosa: una democracia real, sin simulación, en donde la voluntad general manda, siempre respetando la autonomía del individuo.

Por desgracia, en su Gobierno nada fue así. No hay más libertad, los periodistas son asesinados por ejercer su oficio; otros tantos, sobre todo los principales comunicadores, son denostados todos los días desde el  poder.

La censura está presente en todas partes; es imposible realizar una crítica dentro del lopezobradorismo porque deriva en exclusión. Los medios de comunicación se partidizaron y las mesas de análisis se distribuyen por cuotas; los medios ejercen una censura velada y ni tan velada a sus comunicadores (la mayoría de las veces por presión gubernamental), y se fiscalizan, como en el caso de Rossana Reguillo y Signa Lab, las opiniones personales para evaluar y excluir a los profesionales de la conversación pública.

La igualdad, por otra parte, tampoco llegó. Dentro del oficialismo sólo se puede avanzar por la sumisión o por el parentesco; éste último, además, sigue siendo central para la corrupción del Gobierno. A su vez, los ricos son más ricos y esto es, sobre todo, por su relación con el poder (aunque se enoje el señor Carlos Slim). El salario mínimo aumentó pero la gente tiene menos acceso a servicios de salud. Nada ha cambiado sustantivamente en comparación con el sexenio anterior.

Por último, tampoco hay más democracia. Se atenta contra la institucionalidad democrática mientras que también se debilita la democracia “popular”. Se critica desde el poder a los familiares de los 43; se hacen menos las demandas de las comunidades zapatistas mientras se empodera militares, y todo en nombre del pueblo. ¿Acaso la democracia popular era que el partido del poder hiciera lo que le viniera en gana sin escuchar a las organizaciones populares y a los colectivos víctimas de la violencia?

El Gobierno de López Obrador no resultó ser nada de lo que dijo. Los únicos que dan las gracias por su sexenio son los subordinados y los devotos. Sin embargo, es momento de dejar de hablar del pasado, de lo que prometió y lo que no cumplió el lopezobradorismo, si dejamos o no de seguirlo; de nuestras desgracias. Lo que importa es hablar del futuro. Ya que llegamos hasta aquí, ahora ¿qué sigue?

Temas