Opinión

A LA IZQUIERDA

El Metro y la dignidad: un testimonio

Quienes gobiernan la ciudad no entienden lo importante que es el Metro para los capitalinos y todos los que habitan la zona metropolitana.

Créditos: Cuartoscuro
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Nací en la Ciudad de México y aunque luego me mudé a Ixtapaluca, cursé la primaria, la secundaria, la preparatoria y la universidad en la capital. A mitad de la carrera me mudé por avenida Tláhuac, cerca de dónde se cayó la Línea 12. Como muchas otras personas, desde muy joven el Metro se convirtió en mi principal medio de transporte. Gracias a él pude llegar a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, pese a que me hacía tres horas de camino de ida y tres de vuelta. Hice mis lecturas universitarias en sus vagones, reí con muchos amigos en sus estaciones y me enojé más de una vez por la cantidad de gente que había en la mañana en la estación Gómez Farias. Hoy vivo en una zona más céntrica, pero lo sigo usando para ir a laborar y para ir a dar clases a la UNAM.

Quienes gobiernan la ciudad no entienden lo importante que es el Metro para los capitalinos y todos los que habitan la zona metropolitana. No se trata sólo de un servicio, sino de un montón de relaciones que ocurren a su alrededor. Para orientarte en la caótica metrópoli, siempre se utiliza una estación del Metro como referencia, las rutas de los microbuses suelen tener sus bases en estaciones clave, si trabajas del otro lado de la ciudad, puedes llegar con tan sólo cinco pesos a tu destino y ahorrarte el resto para comprarte una torta, unos tacos o un café, pues el comercio informal, que subsidia al trabajo formal, alimenta a cientos de personas que viajan por él. 

También es un lugar de encuentro de nuestra diversidad. Por él transitan las familias que van de fin de semana a Chapultepec, los estudiantes que van corriendo a sus clases, los comerciantes que van a la Merced, a Jamaica o a Tepito para surtirse, los músicos urbanos que piden una moneda por su oficio, y mucho más. Pocas cosas son tan nuestras como el Metro y en pocos lugares como en él podemos mirarnos tal y como somos, con nuestras virtudes y con nuestros defectos. 

El Metro además es un medio de transporte que dignifica la vida de la gente. Vivir cerca de él es un privilegio —así lo manifiestan las rentas de viviendas, de por sí caras, que aumentan su precio si se ubican cerca de alguna estación— y utilizarlo, pese a todo, hace la vida más ligera. Como escribió un usuario de Facebook hace unos años, la Línea 12, por poner un ejemplo, nos trajo dignidad a todos los que vivíamos en Iztapalapa, Tláhuac, Valle de Chalco y Chalco. Era una línea bonita, limpia, en donde ponían canciones de los Beatles, que conectaba a la ciudad con una parte de la población a la que siempre le costó trabajo llegar a su destino y que, para subsistir, emigró hacia las afueras mientras seguía haciendo su vida en la capital. Por eso su desplome fue tan trágico. Hoy en la avenida Tláhuac reina el caos vial y la estación Olivos ha sido resignificada por colectivos feministas. En sus puertas se puede leer: “Fue el Estado”

Tomada de Instagram


Tomada de Instagram

La nueva tragedia en el metro muestra la indolencia y la inmoralidad de este gobierno. Los usuarios reportaron las constantes fallas en los trenes, las pésimas condiciones en las que se encuentran las instalaciones, cómo las escaleras eléctricas pueden pasar semanas sin funcionar y cómo sale humo de los vagones constantemente, pero al gobierno no le importó y hasta recortó el presupuesto destinado a su mantenimiento. Ante la tragedia, el presidente y los gobernadores se solidarizaron con la Jefa de Gobierno, quien no estaba en la ciudad durante el accidente porque se había ido de gira proselitista. Mientras morenistas pedían no politizar la tragedia, las autoridades posteaban fotos en las que simulaban heroicidad y sus simpatizantes y sus bots le echaban la bolita al sindicato, a Marcelo Ebrard y hasta a Luis Echeverría.