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La complicada y absurda situación de Jerusalén

Después de tantas décadas de política ficción, ya es hora de que la ONU y sus miembros acepten la realidad: Jerusalén solo es la capital de Israel, de ningún otro país.

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Jerusalén, Israel.- Así como a quienes viven en este país les cuesta mucho trabajo entender las causas de la violencia descontrolada que hay en México, a mí, como seguramente a muchos que no vivimos aquí, me cuesta trabajo entender la situación que guarda esta ciudad, cuyos primeros pobladores se establecieron en el lugar hace aproximadamente seis mil años.

En el siglo 14 antes de nuestra era, los egipcios se refirieron a ella como Urusalim, palabra que probablemente significa Ciudad de Shalem en honor a un dios cananeo.

A lo largo de su historia, Jerusalén ha sido motivo de luchas intensas. De acuerdo con el historiador y arqueólogo Eric Cline, la ciudad sagrada para el islam y el cristianismo y central para el judaísmo, ha sido “destruida al menos dos veces, sitiada 23 veces, atacada 52 veces más y capturada y recapturada 44 veces”.

No cabría en esta columna ni en muchas otras una relación de los conflictos que han trastornado la vida de Jerusalén y sus habitantes desde su fundación.

Me referiré aquí al que empezó en julio de 1948, un par de meses después de la fundación de Israel, el 14 de mayo de ese año, cuando el nuevo país determinó que Jerusalén Occidental fuese parte de su territorio.

En 1949 Jerusalén fue proclamada como la capital de Israel, lo cual complicó una de por sí difícil situación, ya que los palestinos aseguraban desde entonces que la ciudad sería la capital del Estado de Palestina cuando este se establezca finalmente.

Poco después de lo anterior, Jordania, que controlaba la parte oriental de la ciudad, determinó anexarse a Jerusalén Oriental.

Durante la Guerra de los Seis Días, del 5 al 11 de junio de 1967, Israel capturó Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental y distintos territorios de Egipto y Siria. Días después Israel declaró la unificación de Jerusalén. 

En 1980 Israel oficialmente se anexó Jerusalén y la declaró como su capital “eterna e indivisible”. Sin embargo, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no reconoció la unificación ni la declaración de Jerusalén como la capital de Israel argumentando que antes de la fundación de Israel se había determinado que Jerusalén sería también la capital de Palestina.

Debido a la decisión de la ONU, la mayoría de los países reconocen a Tel Aviv como la capital de Israel y en esa ciudad mantienen sus embajadas.

En 2018 tres países, Estados Unidos, Guatemala y Paraguay, reconocieron a Jerusalén como la verdadera capital y establecieron ahí sus embajadas. Ningún otro país ha seguido su ejemplo.

En verdad resulta difícil entender la situación porque, de hecho, Israel tiene el control absoluto de la ciudad y el Estado Palestino no ejerce el más mínimo poder sobre ella.

Nada indica que Israel algún día vaya a ceder el control que ejerce sobre la ciudad que declaró como su capital “eterna e indivisible”  hace 42 años. El que la mayoría de los países no reconozcan esta realidad solo muestra hasta qué extremos absurdos es capaz de llegar la diplomacia internacional y la debilidad de las resoluciones que adoptan el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Después de tantas décadas de política ficción, ya es hora de que la ONU y sus miembros acepten la realidad: Jerusalén solo es la capital de Israel, de ningún otro país.

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