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Discurso de Alberto Baillères al recibir la Medalla "Belisario Domínguez"

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Escrito en NACIONAL el
Señor Licenciado Enrique Peña Nieto, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos; señor Senador Roberto Gil, Presidente de la Mesa Directiva del Senado; señor Ministro Luis María Aguilar, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; señor Diputado Jesús Zambrano, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados; señor Doctor Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno del Distrito Federal; señor Licenciado Manuel Velasco, Gobernador del Estado de Chiapas; señores Secretarios de Estado, señoras y señores Senadores: Agradezco, emocionado y con el corazón en la mano, la deferencia que me concede el Senado de la República al conferirme la Medalla Belisario Domínguez. Señoras y señores senadores: aprecio mucho esta condecoración, aunque admito que el único mérito para recibirla es mi gran amor por México, que es lo que me mueve y me ha movido siempre. Señor Presidente Enrique Peña Nieto: es un honor para mí contar con su presencia en esta ceremonia, así como con la de los miembros del Poder Legislativo y Judicial. Esta presea que hoy generosamente se me concede me llena de orgullo y también —debo confesarlo— de cierta reserva. De orgullo por el reconocimiento que, por mi conducto, se rinde a la labor empresarial de millones de mexicanos, y de reserva por concretarse en mi persona, a la vera de los ilustres hombres y mujeres que han sido distinguidos con esta presea en el pasado. Entiendo que en esta ocasión el Senado reconoce a los mexicanos dedicados a la actividad empresarial, que generan riqueza, empleos y contribuciones para el erario público; a quienes buscan fortalecer a nuestra patria, construyendo y dirigiendo establecimientos que producen y distribuyen bienes y servicios para satisfacer las necesidades de la sociedad; a quienes se empeñan en respetar la ley y privilegian el respeto a las personas; a quienes ofrecen un espacio idóneo a sus colaboradores para que consigan el lícito sustento de sus familias y su desarrollo como seres humanos; y a aquellos mexicanos que consideran que la retribución por su actividad empresarial debe ser acorde al provecho que recibe la sociedad y no el fruto de privilegios, prebendas o abusos. Siempre he sostenido que la riqueza material es un medio, no un fin. Y, cuando esta riqueza se invierte en el país, se transforma en un instrumento social que beneficia a todos. Así, este reconocimiento, que recibo con una emoción indescriptible, lo comparto con muchos empresarios que han servido fiel y eficazmente a México, que han participado con otros actores en la construcción de una economía moderna que sustenta el nivel de vida alcanzado por nuestra sociedad. No obstante, si bien estos logros son invaluables, reconozco, con pesar, que aún son inferiores a nuestras aspiraciones y que no han alcanzado a muchos de nuestros compatriotas, con quienes tenemos una deuda inaplazable e ineludible que, estoy seguro, podremos saldar en un futuro cercano. Mi padre perteneció a una generación de empresarios posrevolucionarios de la segunda a la sexta década del siglo pasado que, junto a grandes educadores, ingenieros, médicos, artistas, intelectuales y políticos, establecieron los fundamentos del México moderno. Esta generación se sentía orgullosa de ser mexicana y mestiza; con dignidad, celebró nuestra identidad nacional y cultivó nuestras tradiciones. Tenía confianza en su capacidad de reconstruir a una nación con graves carencias económicas y sociales. Se empeñó en terminar con la ignorancia, el fanatismo, la indigencia, la violencia y el atraso social y económico: estas graves carencias afianzaron su empeño. Fue una generación que construyó un sistema nacional de educación y salud, así como instituciones, infraestructura e industrias. Durante mi niñez y juventud, viví y disfruté de esa época gloriosa de reconstrucción nacional, me embelesé con la pasión de realización y con el compromiso de contribuir, en todo lo posible, a cimentar una nación soberana, libre, justa y próspera. Guiado por la palabra de mis grandes maestros — Miguel Palacios Macedo, Mariano Alcocer, Mario de la Cueva, Virgilio Domínguez, Eduardo García Máynez, Josué Sáenz, Javier Barros Sierra, Lucio Mendieta y Núñez, entre otros—, entendí el esfuerzo nacional que se estaba realizando, las necesidades imperiosas de desarrollo que exigía nuestra nación y la responsabilidad que compartía con mis contemporáneos respecto del futuro de México. Mi generación de empresarios continuó, empeñosa y entusiasta, con la obra de nuestros antecesores; participamos, de la mano de nuestros obreros y colaboradores, en la construcción de industrias, instituciones financieras, establecimientos comerciales y de servicios. Incorporamos nuevas tecnologías, fuimos innovadores, trabajamos hombro con hombro con los gobiernos para impulsar el desarrollo del país. Celebramos nuestra contribución a la creación del Instituto Mexicano del Seguro Social, del INFONAVIT y del Sistema de Ahorro para el Retiro como pilares de las reivindicaciones laborales. Aplaudimos la expansión del sistema público de educación, de los programas de salud, y nos sumamos a la cruzada educativa mediante la fundación y el financiamiento de instituciones particulares de educación sin afán de lucro. Hoy miro hacia atrás y me asombro de los avances sociales, económicos y políticos que ha conseguido nuestra nación. El cabal reconocimiento de estas mejoras no me impide advertir las carencias de prosperidad y justicia que prevalecen, pero tampoco me acobardo ante ellas, pues sostengo que podemos hacerles frente y seguir luchando para superarlas. ¡Qué mejor guía de inspiración para los mexicanos que la de un ilustre ciudadano, el doctor Belisario Domínguez, para afrontar las carencias injusticias que aún prevalecen! Con todo respeto, me atrevo a imaginar cuál sería su mensaje y exhortación si él estuviera presente, el día de hoy, en este honorable recinto. Me aventuro a suponer que don Belisario apreciaría los significativos avances logrados por nuestro país en los últimos 102 años desde su muerte; es más advertiría, sin duda, todo lo que hemos logrado tan sólo en los últimos 20 años. Por ejemplo, en el ámbito económico, se asombraría al saber que, en este corto periodo, el ingreso anual por persona se ha incrementado en casi una tercera parte. En materia social, le alegraría observar que la pobreza absoluta reportada por el Banco Mundialii se ha reducido a una tercera parte.iii Como médico, seguramente celebraría que la tasa de mortalidad infantil ha disminuido en dos terceras partesiv y que la esperanza de vida se incrementó en casi 5 años. En términos de educación, comprobaría que el acceso a la educación secundaria ha pasado de 57% a 88%vi y que la educación terciaria se ha duplicado para alcanzar el 30% de la población en sólo 20 años.vii ¡Y que todo ello ha sido posible incluso con 31 millones más de mexicanos! En lo político, podría advertir cómo hemos avanzado en la construcción de una democracia; observaría la conformación de un Congreso plural, donde están representadas todas las fuerzas políticas por la voluntad popular expresada en las urnas. Sin embargo, don Belisario nos haría un enérgico reclamo por todas las carencias e injusticias lacerantes que aún aquejan a la nación, entre otras, la pobreza, la violencia, la corrupción y la debilidad del Estado de derecho. Exhortaría, no solamente al Senado de la República, sino a los Poderes de la Unión, a los partidos, a los empresarios, a los obreros, campesinos, artistas, intelectuales, maestros, a los jóvenes, en fin, a todas y cada una de las mexicanas y mexicanos, a seguir luchando con vehemencia contra estos escollos y a hacerlo con lealtad a nuestras instituciones, con unidad, con amor a la patria y con verdadero compromiso con los valores que él, don Belisario, defendió: la democracia, la justicia y la libertad. Seguramente, como buen médico, también nos recordaría su receta para conseguir la mayor felicidad sobre la tierra: la "fórmula VATE”, acrónimo de virtud, alegría, trabajo y estoicismo. "En todos los actos de vuestra vida”, aconsejaba don Belisario, "acordaos de la fórmula ‘vate’ y estad seguros de que […] os guiará por los intricados senderos de la vida y os indicará con precisión la línea de conducta que debéis seguir”. Él mismo explicó su fórmula en estos términos: La virtud consiste en hacer el bien y evitar el mal; es la luz esplendorosa que ilumina la conciencia de todos los hombres […]. La alegría debe ser la inseparable compañera del hombre de bien. […]. Hablo del goce interior que nace de la tranquilidad del alma y de la satisfacción del deber cumplido. El trabajo es la más positiva y la más provechosa de las distracciones y la que hace más gratas todas las otras. Quien no trabaja no puede ser feliz. […] El estoicismo es la serenidad del alma que permite al hombre ser dueño de sí mismo, rechazando […] el miedo, el abatimiento, la aflicción y la tristeza, como estorbos perniciosos que jamás ayudarán a resolver una dificultad y contribuyen a empeorar notablemente una mala situación. […] Probablemente don Belisario terminaría diciéndonos, como en ese entonces, que cada mexicano "cumpla con su deber y la patria está salvada”. A continuación, don Belisario Domínguez –asumo- recogería el firme compromiso de todos los mexicanos para navegar por la vida de nuestro querido México, con virtud, alegría, trabajo y estoicismo, y en sus palabras, para "amar con ternura a la patria”. Mi larga experiencia de vida me concede la ventaja que dispensa la perspectiva. Con cierto pesar, me doy cuenta de que la ausencia de perspectiva provoca desesperanza y una impaciencia inmadura: no desalientan los problemas, nos acongojan las dificultades, nos "rasgamos las vestiduras” cuando encontramos fallas y nos volvemos para menospreciar todo lo que hemos logrado. Si don Belisario estuviera aquí, nos alertaría, igual que lo hizo en su carta al Senado: "Para los espíritus débiles, parece que nuestra ruina es inevitable”. Pero, contra estas actitudes, debemos pensar que el presente y el porvenir, individual y social, son camino de vida y no utópico destino. Es camino de gozos y dificultades donde es imperante avanzar y remontar las cuestas sin extraviar la brújula que nos guía; es preciso renovar el ánimo y el empeño, celebrando y disfrutando lo que conseguimos; es camino eterno de vida para seguir afrontando, sin tregua, los inconvenientes y los desafíos. En mi vida tengo dos grandes amores: mi familia y nuestro México. Siempre he sido muy optimista sobre el futuro del país. Estoy convencido que México será pronto un país desarrollado, y esta aseveración no está basada en una confianza infundada, sino en la evidencia contundente de lo que hemos logrado en los últimos 20 años. ¿Cuánto tiempo nos llevará conseguirlo? ¿Otros 20 años? ¿50 años? Puede parecer mucho tiempo, pero para el devenir histórico de una nación no es nada. ¿Qué podría reducir este periodo de transformación? Que todos los mexicanos creamos apasionadamente en nuestro país y, respetando la pluralidad de opiniones, nos unamos con empeño de realización y amor infinito a nuestra patria. La historia maravillosa de nuestro país nos demuestra que, cuando estamos unidos, somos capaces de alcanzar grandes logros y vencer las adversidades que parecían —en su momento— insuperables. Estoy convencido de que a México no lo va a cambiar sólo su gobierno, los partidos políticos o los empresarios. Quienes van a cambiar a México somos todos sus ciudadanos, cuando seamos capaces de desterrar el pesimismo y sustituirlo por un optimismo realista y fundado y con un apasionado amor a nuestra patria. Recientemente, esta administración, en concierto con los partidos políticos, convino medidas trascendentes para cimentar el futuro de México. Los ciudadanos fuimos gratamente sorprendidos por una clase política que mostró que, cuando hay visión compartida, diálogo, voluntad y amor a México, es posible lograr los cambios estructurales que hasta hace poco eran inimaginables. Con la reforma educativa, el Estado retomó con ahínco las riendas del tema más importante de la agenda de desarrollo del país: la educación. Educación que cultiva los valores cívicos y humanos, que forma, informa, capacita y sustenta la reivindicación económica, social y humana de los mexicanos. La educación de buena calidad es el instrumento más poderoso para reducir las desigualdades que padece nuestro país. Esta y otras reformas trascendentales emprendidas acelerarán el desarrollo económico y social de México. ¡Enhorabuena, señor Presidente Peña Nieto e integrantes del Congreso de la Unión! Señores titulares de los tres poderes de la Unión, Senadoras y Senadores de la República: Con una visión común de libertad, justicia y prosperidad para nuestro querido México, y con el acuerdo que logremos sobre los medios idóneos para conseguirlas, México no tardará en ser el país que queremos: un país desarrollado y justo. Porque nuestra patria y su pueblo son entrañables. Ante los resplandores del presente, atisbo el esplendor del futuro próximo de México, porque nuestro país está llamado a la grandeza, ¡y el siglo XXI será el siglo de México! Estoy conmovido, emocionado y agradecido. Este reconocimiento constituye el mejor legado para mi querida familia. Me resulta imposible encontrar las palabras adecuadas para agradecer al Senado de la República semejante distinción, considerando el honor conferido por la Medalla Belisario Domínguez en este acto solemne, en este histórico y honorable recinto donde están representados los Poderes de la Unión. Ante esta tribuna, reitero mi compromiso más vehemente con México. Seguiré dedicando cada minuto de mi quehacer personal y profesional para contribuir, en la medida de mis posibilidades, al engrandecimiento de nuestro querido México. Gracias. Muchas gracias.