En su sexto informe de gobierno, Andrés Manuel López Obrador afirmó que el sistema de salud en México es superior al de Dinamarca. Como era de esperarse, esta declaración —después de un sexenio caracterizado por la crisis producto de la pandemia de la COVID-19, el fracaso del Insabi y la falta de acceso a la salud pública para 30 millones de personas— generó críticas en redes sociales y medios de comunicación. Sobre esto, el presidente aclaró: “Fue para hacerlos enojar, o como se dice en el periodismo, para que hubiera miga”.
Considero que López Obrador, como de costumbre, no es sincero. No se trató sólo de una provocación o de una broma para incomodar a la oposición. No fue simplemente como servir “huevito con catsup” en la mañanera o llamar fifís a los sectores privilegiados. Lo que hizo fue mentir y de paso ofender a la gente más desfavorecida, a la que en cada conferencia asegura representar y que sigue sufriendo un sistema de salud y de seguridad social deficiente.
A mi parecer, estando ya a semanas de concluir su mandato, el presidente no compite con nadie más que con la historia y sólo a ella le habla. Él tiene claro que es el gran vencedor del presente. Al PRD, ese partido al que alguna vez perteneció y del que fue forzado a salir, lo destruyó; y a los priistas y panistas los venció o los cooptó. No hay duda de que transformó el panorama político del país.
La urgencia por reformar el Poder Judicial se entiende en ese contexto. Él concibió el llamado Plan C, marcó la agenda electoral y diseñó un paquete de reformas. Ahora, lo único que quiere es disfrutar su victoria antes de dejar el poder. Insisto: López Obrador logró su cometido, redefinió el escenario político de México.
Sin embargo, el presidente sabe bien que a la historia no se le gana en el presente; no por nada su famoso discurso del desafuero terminó con la frase “aún falta que ustedes y a mí nos juzgue la historia”. Ese juicio tendrá lugar muchos años después, cuando el fervor popular disminuya, cuando las alianzas políticas y económicas se desmoronen, y cuando la pasión militante de periodistas y académicos pierda intensidad.
Será entonces cuando se evalúe con serenidad si su victoria política resultó en un cambio estructural, si los poderes reales fueron desafiados y si sus políticas realmente cimentaron el bienestar. En ese análisis, López Obrador no tendrá ningún aparato de comunicación ni micrófono para justificar lo que hizo.
Todos los actores políticos enfrentan el juicio de la historia en soledad y silencio. Es por eso que López Obrador repite incansablemente el mismo discurso que ha mantenido durante años. Sólo que esta vez no es por una cuestión de gobernabilidad: es un intento desesperado por asegurar que su narrativa y su voz resuenen en el juicio de la historia.