Ayer, 10 de septiembre de 2024, fuimos testigos en tiempo real del nacimiento de un nuevo régimen de corte autoritario. Aunque más adelante habrá espacio para reconstruir con precisión el camino que nos llevó hasta este punto y analizar en detalle sus características, por ahora es posible delinear algunos trazos generales que lo conforman.
El primer rasgo distintivo de este régimen es la conquista de las instituciones y del territorio a través de la cooptación. La estrategia política se ha basado en corromper y sumar a la coalición hegemónica a aquellos con capacidad para ejercer el poder en diferentes esferas. Este proceso se llevó a cabo de manera gradual, casi sin resistencia, infiltrando cada rincón del sistema.
Un ejemplo claro de ello fue la toma de organismos autónomos, como el Instituto Nacional Electoral (INE), donde el oficialismo logró someter a los consejeros y colocar a una de las suyas en la presidencia del consejo. El resultado está a la vista de todos: ayer durante el debate de la Reforma Judicial, el INE rechazó la reforma estatutaria del PRI que le permitía extender su periodo a Alejandro,” Alito” Moreno.
Lo mismo ocurrió en los tribunales electorales, donde ahora se descartan la mayoría de las impugnaciones presentadas por la oposición y se favorece a las del oficialismo. La cooptación se extendió también a los gobiernos estatales y al control territorial, donde se negociaron posiciones políticas a cambio de impunidad y dinero.
Con esta estrategia, el nuevo régimen ha construido una estructura jerárquica autoritaria. Figuras de poder, como caciques, empresarios y criminales, no solo mantienen su influencia, sino que ahora gozan de una nueva legitimidad. Esta, les permite operar sin ningún contrapeso formal que limite su actuar.
El segundo rasgo fundamental de este régimen es el uso de las fiscalías, y ahora hasta de la Guardia Nacional como instrumentos para someter a los opositores. Este mecanismo genera dos posibles desenlaces: o bien los opositores se rinden bajo la amenaza de meterlos a la cárcel —para iniciar después su proceso de cooptación como ocurrió con Miguel Ángel Yunes— o enfrentan represalias violentas, como fue el caso de Daniel Barreda, cuyo padre fue detenido en la madrugada previa a la votación de la reforma al Poder Judicial, su casa estuvo custodiada por elementos de la Guardia Nacional y que fue liberado poco antes de la votación de la Reforma.
Insisto, esto no sucedió de la noche a la mañana. Ha sido un avance paulatino que, ayer, se hizo visible en el Senado de la República y culminará con la votación de la reforma al Poder Judicial (al momento de escribir esta columna, la votación aún no se ha celebrado).
Así es como ha nacido un nuevo régimen, y su etapa de consolidación acaba de comenzar. El poder de las urnas le otorgó al oficialismo el impulso final necesario para instaurar esta nueva forma de dominación. A partir de ahora, cualquiera que desee participar en la política será invitado a unirse al nuevo poder bajo condiciones específicas y, negarse a hacerlo, será un riesgo que pocos estarán dispuestos a asumir. En este nuevo esquema las elecciones importan poco.