El capítulo 20 del Evangelio según San Juan narra los acontecimientos de la resurrección de Jesucristo. Todo comienza cuando María Magdalena visita el sepulcro y descubre que el cuerpo de Jesús no está. En medio de su llanto, pensando que alguien se ha llevado el cuerpo, Jesús aparece para consolarla y dice: “Anda a la casa de mis hermanos y diles que voy a subir al lado de mi Padre y Padre de vosotros, de mi Dios y Dios de vosotros”. María Magdalena cumple con lo que se le pide.
Después, esa misma tarde, Jesús se muestra a los apóstoles, quienes habían creído las palabras de María Magdalena y se mantenían escondidos por miedo a los judíos. Los discípulos lucen llenos de alegría al verle y reciben un regalo. Jesús sopla sobre ellos y dice: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retengáis, les serán retenidos”. Más tarde, llega Tomás apóstol y al no haber presenciado la aparición de Jesús duda de lo que narran sus compañeros: “Si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, si no pongo mi dedo en esos agujeros, y si no pongo mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, cuando están reunidos todos los apóstoles, incluyendo Tomás, Jesús aparece y le pide a este último que revise los agujeros en sus manos y que ponga su mano en su costado. Tomás, avergonzado, expresa: “¡Señor mío, y Dios mío!”. Jesucristo responde: “Creíste porque me viste. Bienaventurados los que crean sin ver”.
Lo primero que resalta del evangelio es que se desarrolla en dos momentos. En el primero, algunos experimentan personalmente la resurrección de Jesús. Se comprende que a partir de entonces y hasta el último día (segundo momento que hay en el evangelio), no todos podrán conocer la verdad directamente, pero esto no debe ser motivo de duda. Es fundamental que se confíe en la palabra de aquellos que sí han tenido acceso a la verdad, esos que cuentan con el conocimiento supremo que sólo Dios puede otorgar.
Lo segundo que resalta es que aquellos que crean serán beneficiados. Los apóstoles, a pesar de estar atemorizados por los judíos, confiaron en el testimonio de María Magdalena y, como recompensa, recibieron de Jesús el don del Espíritu Santo, junto con el poder de perdonar o no los pecados. Esto último explica que Dios no se manifestará directamente, sino que lo hará a través de la palabra de quienes divulguen la historia de resurrección de su hijo.
Por último, queda claro que habrá quienes pidan pruebas de la existencia de Dios, como lo hizo Tomás, quien a pesar de ser un apóstol también dudó. A los incrédulos no será necesario apartarlos de la comunidad, el último día la verdad les será revelada y no tendrán más opción que aceptarla. Aunque no habrá represalias, como ya mencioné, sólo aquellos que tuvieron fe serán recompensados.
Han pasado más de ocho días desde que Nicolás Maduro fue proclamado vencedor de la elección presidencial sin mostrar las actas que lo respalden. Durante una conferencia en la que abordó la cuestión electoral, recitó el capítulo del evangelio de San Juan que acabo de describir (y al que ha hecho referencia en otras ocasiones): “Bienaventurados los que no vieron y creyeron”, concluyó.
No está claro si Maduro quiso decir que es Dios, si se acercó a algunos para pedirles que divulgaran la verdad de las elecciones que sólo él conoce, si los maduristas están pasando por una persecución similar a la que vivieron los discípulos de Jesús luego de la crucifixión, si otorgó a sus seguidores más leales la facultad de decidir a quién perdonar y a quién no; o si advierte que sólo premiará a quienes crean ciegamente en sus palabras y amenaza a quienes no.
Lo cierto es que vivimos en tiempos en donde muchos se creen Dios y en donde muchos otros les siguen el juego, ya sea para ser recompensados o por simple cuestión de fe. No es la primera vez que ocurre en la historia y tampoco será la última. Pero para todos aquellos que utilizan Dios para explicar la arbitrariedad en las decisiones humanas, la biblia también tiene un mensaje: “No tomarás el nombre del señor tu Dios en vano; porque el Señor no considerará sin culpa al que en vano tome su nombre”.