En la soledad de un acto final, una persona cae desde el decimosegundo piso de un edificio. No hay despedida escrita, no hay palabras que dejen claros sus últimos pensamientos o intenciones. Determinar si su muerte fue un suicidio involucra una meticulosa colección de evidencias y testimonios. En ausencia de una nota, este proceso es aún más complejo, y aquí es donde las ciencias forenses y la psicología entran a jugar un papel fundamental.
Desde la revisión de sus dispositivos electrónicos y comunicaciones, los investigadores obtienen indicios que pueden revelar desde estados emocionales hasta crisis recientes. Las preguntas clave son: ¿Hubo cambios en sus interacciones sociales? ¿Hay indicaciones de depresión o ansiedad en sus correos o mensajes electrónicos? Las respuestas sirven para armar el rompecabezas emocional del individuo.
La autopsia y el análisis del lugar de la caída también son cruciales. La presencia de sustancias en el cadáver puede indicar una predisposición al suicidio. Las características de la caída pueden ayudar a diferenciar entre un accidente y una acción deliberada.
Las personas que vieron lo sucedido o que interactuaron con el individuo en sus últimos momentos pueden ofrecer perspectivas invaluables sobre su comportamiento y emociones. Estas opiniones pueden inclinar la balanza hacia un accidente o un suicidio.
Los registros médicos a menudo muestran antecedentes de depresión, tratamientos psiquiátricos o intentos de suicidio anteriores que indican una posible predisposición a quitarse la vida.
La tecnología de vigilancia puede captar los momentos previos, ofreciendo una ventana visual a los actos finales. ¿La persona se mostró indecisa? ¿Hubo algún signo de lucha o resistencia? Estos videos, si existen, pueden ser reveladores.
Finalmente, los especialistas deben llegar a una conclusión basada en la ciencia. Su evaluación puede servir para entender el estado mental del sujeto en sus últimos momentos y proporcionar respuestas que quizás ni la mejor nota de suicidio podría ofrecer.
La ausencia de una nota no cierra el caso; más bien, abre un campo donde cada detalle, cada testimonio y cada pieza de evidencia científica intenta descifrar lo que el silencio dejó atrás.
De acuerdo con lo que hasta ahora se ha difundido del caso, la extinta Procuraduría General de Justicia del DF, entonces en manos de Bernardo Bátiz, un incondicional de su entonces jefe Andrés Manuel López Obrador concluyó que la muerte de Carlos Márquez, esposo de María Amparo Casar, el 7 de octubre de 2004, fue por suicidio basándose en el testimonio de dos personas que, sin ser psicólogos o psiquiatras, dijeron que estaba deprimido tras separarse de su esposa. Antes, la misma PGJDF había determinado que fue una muerte accidental porque el occiso tenía la pésima costumbre de sentarse en el umbral de la ventana de su edificio para fumar y que probablemente perdió el equilibrio y cayó al vacío.
María Amparo Casar, directora de Mexicanos Unidos contra la Corrupción y la Impunidad y por ello vista por AMLO como una enemiga de su 4T, debería exigir que se haga pública la investigación que realizaron los expertos de la PGJDF para concluir que su esposo se quitó la vida y que su muerte no fue resultado de un absurdo y terrible accidente.
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