La campaña de Xóchitl Gálvez ha tenido dos narrativas, y ninguna fue para augurar su triunfo. La primera ocurrió después del primer debate, cuando los comentaristas e intelectuales afines a la Alianza criticaron con vehemencia a su candidata. Sin evaluar la estrategia de quienes dirigen su campaña ni de quienes la impulsaron, señalaron que Gálvez no sabía hablar, que no había salido decidida, que renunció a ser ella.
Esta primera narrativa se centró en exculpar a los líderes del PRI, PAN y PRD; a los asesores y a los que construyeron su candidatura. La culpa no era de ellos, sino de Gálvez, quien olvidó su esencia y puso a su hijo en una posición en la que fue atacado fácilmente. Buscaron dejar en claro que, si se pierde la elección, la responsable sería exclusivamente ella. Todos se dedicaron a salvar las pluris o el honor.
Después del segundo debate la narrativa cambió. Gálvez se vio más suelta y eficiente en sus golpes. Sin embargo, las encuestas, en especial la de Reforma, no muestran que suba en la intención de voto, por el contrario, la ponen a la par o por debajo de Jorge Álvarez Máynez, de Movimiento Ciudadano. Por ello, la culpa dejó de ser de Gálvez y pasó a ser de Máynez, a quien han señalado como esquirol, un palero útil para el autoritarismo en ciernes.
En esta narrativa, nuevamente, no hay un análisis, lo que hay es un lavado de manos. La culpa es de Máynez, por tener una canción pegajosa, por pedir una jornada laboral digna, por ir a las universidades, por poner a las infancias en el centro, por impulsar un horizonte distinto al de las otras dos opciones.
Ellos no son responsables de nada. De ninguna forma se equivocaron en basar su proyecto únicamente en contraponerse a Andrés Manuel López Obrador, en traerlo a debate aunque no esté en la boleta, en decir que para una reforma laboral hay que pensar primero en los empresarios, en tener a los mismos priistas y panistas en plurinominales, en basar su estrategia de debate en atacar sin proponer.
Analistas y políticos le han dedicado más esfuerzo a decirnos por qué van a perder, que a convencernos para votar por ellos.