En 2022, se desperdiciaron 1050 millones de toneladas de alimentos, con un valor de un billón de dólares, lo que representa el 19% de los alimentos disponibles para los consumidores. El grueso de este despilfarro, increíblemente, proviene de los hogares, que son responsables del 60% del total del desperdicio. Este no es solo un asunto de sobreconsumo o de mal manejo en la cadena de suministro; es un reflejo de un sistema alimentario global inherentemente ineficiente y, francamente, insostenible. Los hogares de todo el mundo tiraron 1000 millones de comidas cada día, según el Informe sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos elaborado por el Programa para el Medio Ambiente de Naciones Unidas (PNUMA) y difundido el miércoles pasado.
De acuerdo con el informe, los hogares y las empresas desecharon alimentos por valor de más de un billón de dólares cuando un tercio de la humanidad enfrenta inseguridad alimentaria y 783 millones de personas padecen hambre alrededor del planeta, especialmente en el África subsahariana y el sur de Asia.
El informe también señala una correlación intrigante entre las temperaturas más altas y mayores niveles de desperdicio de alimentos per cápita en los hogares, especialmente en países más cálidos. Esto plantea preguntas sobre la eficacia de las cadenas de frío y sistemas de almacenamiento en climas variados y, en última instancia, sobre la capacidad para adaptar las infraestructuras alimentarias a las condiciones cambiantes del planeta.
En las naciones desarrolladas, donde los bolsillos son más profundos y las mesas más abundantes, el espectáculo del desperdicio de alimentos es mayor, abarcando desde las tiendas que venden alimentos hasta las cocinas de los hogares. Este fenómeno es el resultado de una compleja estructura que entrelaza la sobreproducción, reglamentos rigurosos que dictan las condiciones estéticas y de caducidad de los productos, patrones de consumo despilfarradores y una falta crónica de sensibilización o estímulos efectivos para frenar la marea del desperdicio.
Los países del G20, México incluido, deben asumir un papel de liderazgo más activo y no solo deben reducir el desperdicio de alimentos sino también fomentar la cooperación internacional y el desarrollo de políticas efectivas para remediar el problema.
El informe resalta la falta de datos concluyentes sobre el desperdicio de alimentos a nivel mundial que impide una comprensión más profunda del problema. Se requieren datos robustos y coherentes para formular estrategias efectivas de mitigación, establecer bases de referencia nacionales sólidas y realizar un seguimiento de los progresos.
En resumen, el informe del PNUMA muestra una visión integral del desafío del desperdicio de alimentos y enfatiza la urgencia de atacar el problema. El problema debe abordarse tanto a nivel individual como sistémico, fomentando la circularidad en nuestras ciudades y promoviendo la cooperación internacional para un futuro más sostenible y justo. El desperdicio de alimentos no es solo un problema de algunos; es un reflejo de cómo la humanidad interactúa con sus recursos más vitales. Y es un problema que debemos resolver juntos. En lo individual, debemos hacer una adecuada gestión de los alimentos que compramos y consumimos en casa.
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