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La otra pandemia: la salud mental en un México feliz

La salud mental debe ser un pilar fundamental en la construcción de una sociedad más consciente, empática y resiliente.

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Pese a los problemas que enfrentamos cotidianamente, nuestros niveles de felicidad han alcanzado un máximo, de acuerdo con cifras dadas a conocer ayer por el INEGI. En enero pasado, la felicidad de los mexicanos registró 6.6 puntos sobre 10, número que refleja resiliencia y positividad, y tal vez, ignorancia de muchos graves problemas que a todos nos afectan.

Por ejemplo, los casos de depresión, adicciones y suicidios han aumentado notablemente en las últimas décadas ante la mirada indiferente de la sociedad supuestamente feliz y nuestros gobernantes, aparentemente despreocupados.

En México, 3.6 millones de adultos viven en depresión, un trastorno mental que afecta su estado de ánimo, capacidad de concentración, patrón de sueño y apetito. De ellos, 36 mil padecen casos severos, donde el dolor y el pensamiento suicida son frecuentes. Lo anterior, de acuerdo con un estudio de 2021 por los Servicios de Atención Psiquiátrica de la Secretaría de Salud.

La pandemia de COVID-19 agravó este escenario, duplicando los casos de ansiedad, depresión y otros trastornos mentales en comparación con los niveles pre-2019. El informe Panorama de la Salud 2021 de la OCDE señala que la pandemia afectó especialmente a México, Reino Unido y Estados Unidos, marcando un antes y un después en la salud mental de la población.

Paralelamente, desde el año 2000, México ha visto un gran aumento en las adicciones, del 47% en el consumo de drogas ilegales de 2011 a 2017, pasando de 5.2% a 7.6% de la población de 12 a 65 años, o unas 6,346,000 personas. El consumo de alcohol, tabaco y marihuana ha crecido de manera alarmante entre la población escolar. Entre 2014 y 2019, el consumo de marihuana pasó de 6.2% a 10.1% en estudiantes de secundaria, unos 623,000 adolescentes, y de 10.6% a 17.5% en estudiantes de bachillerato, unos 758,500 adultos jóvenes.

El panorama es aún más sombrío porque la tasa de suicidio casi se duplicó en dos décadas, al pasar de 3.5 personas por cada 100,000 habitantes en 2000 a 6.3 personas por cada 100,000 habitantes en 2020, siendo la tercera causa de muerte entre los jóvenes, después del homicidio y los accidentes.

Frente a este escenario, es evidente la necesidad imperante de atender la salud mental con la seriedad y el compromiso que requiere. Aplicar políticas y programas que atiendan y prevengan estas condiciones debe ser una prioridad nacional. Diversos países, como los nórdicos, han diseñado estrategias integrales y polifacéticas que han servido para enfrentar y disminuir significativamente los índices de depresión, suicidio y dependencia a sustancias. Estas estrategias van desde el acceso a servicios de salud hasta el soporte social, pasando por iniciativas de reducción de daños, programas de prevención y, en algunos casos, la despenalización de la posesión de cualquier droga para uso personal.

La salud mental debe ser un pilar fundamental en la construcción de una sociedad más consciente, empática y resiliente. La lucha contra la depresión, las adicciones y el suicidio debería reflejar a una sociedad que valora y protege el bienestar de cada uno de sus miembros. Desafortunadamente, esa lucha nunca la ha dado la sociedad ni nuestros gobiernos la han encabezado. ¿La conducirá la próxima presidenta de México?

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