Detrás del polvo y la basura electoral, ya se vislumbra lo que será el país político durante el próximo sexenio.
La complicidad entre la clase política y las mafias será innegable. A nivel subnacional, quienes se dedican a la política saben que el territorio pertenece al crimen y no a los Gobiernos. También conocen que los poderes reales (familias poderosas, grupos delictivos, representantes de las transnacionales, etc.) sólo abrazan los colores y los discursos de las marcas electorales nacionales para camuflarse e influir en el poder político.
Todos los políticos y los partidos se han visto involucrados de alguna manera con dichos poderes, aunque todos acusan a los otros de hacerlo y fingen ser ellos unos santos. Hay evidencia científica, reportajes periodísticos, investigaciones judiciales, candidatos y candidatas tristemente asesinados o violentados, así como periodistas y activistas acosados por paramilitares, narcotraficantes y fuerzas de represión locales.
No falta mucho tiempo para que todos tengamos que aceptar esa realidad y ver qué podemos hacer para cambiar nuestra república mafiosa. ¿Cómo se refunda el pacto social y cómo se establecen los límites de la comunidad política que nadie pueda cruzar?
Por otra parte, las fuerzas políticas se agruparán en tres bloques (que en los hechos ya funciona como un tripartidismo) a nivel nacional; en tanto, a nivel local proliferarán sistemas con una alta fragmentación de partidos políticos.
Morena, el Partido Verde y el Partido del Trabajo consolidaron una alianza con actores “blandos” de la “mafia del poder”. Los candidatos que presentarán para diputados y senadores no dejan ningún lugar a dudas de esta alianza, e incluso luce como una confesión: el poder de ayer y el de hoy se han fundido en uno mismo bajo el lema de “Transformación”.
El Partido Acción Nacional, el Partido Revolucionario Institucional y el Partido de la Revolución Democrática han conformado una alianza con los actores “duros” de la transición a la democracia (tanto con los mafiosos como con los ideólogos). La conformación del equipo de campaña de Xóchitl Gálvez, así como la distribución de las y los candidatos a diputados y senadores, muestra con claridad lo anterior.
Finalmente, Movimiento Ciudadano apuesta a consolidar una fuerza propia, aunque eso lo pueda mantener, en el presente, como una fuerza menor en comparación con los otros frentes políticos.
Esto no significa, sin embargo, que no tenga alianzas; algunas mediáticas, otras con políticos con pasado en el PRI, en el PAN y Morena, y otras tantas con jóvenes y actores que irrumpieron recientemente en política. Su principal ambición, pareciera, es establecer las bases de una nueva clase política. La incógnita es si será nueva en cuanto a principios y límites éticos o legales; o si sólo será en cuanto a caras y nombres.
Finalmente, a nivel local se han ido consolidado partidos que responden a personalidades de cada localidad, que no pretenden moverse hacia el espectro nacional, pues su nivel de influencia depende de su control del territorio. Dichos partidos influyen mucho más que las fuerzas nacionales en la política local y se alían indistintamente con el partido en el poder, como con la oposición, según sea la necesidad y el caso.
Además, dichos actores inciden, desde lo local, en lo nacional e incluso tienen interlocutores políticos, económicos y mafiosos a nivel internacional. Existe la posibilidad de que a nivel nacional se mantengan las marcas electorales y que sea a nivel local en donde se afiancen lo que tradicionalmente conocemos como partidos políticos.
No parece que nada de nuestro presente electoral vaya a cambiar todo lo anterior. En la elección no se juega nada de fondo. El país político así será. ¿Cómo podemos afrontarlo?