Don Emiliano Sócrates caminaba por el centro de la Ciudad de México como todos los domingos. En esta ocasión se encontró a muchísima gente vestida de rosa; había personas morenas, caucásicas, altas, chaparras, flacas, gordas, etcétera, pero por alguna razón todos aquellos que grababan lo que acontecía, incluyendo a un sujeto con pinta de argentino que hablaba muy raro, sólo enfocaban a los caucásicos y a los que esbozaban incoherencias.
Estaba reflexionando al respecto cuando un joven de nombre Demócrates, que vestía una playera polo de color rosa, se acercó a él y le dijo: — ¡Qué bueno ver a la ciudadanía participando! ¿Usted también marcha para evitar que regrese el autoritarismo?
—Para eso primero necesitamos que el autoritarismo se vaya, ¿se fue? — respondió Sócrates mientras dejaba atrás su reflexión.
—Así es —respondió educadamente el joven. —Gracias al despertar de la ciudadanía pudimos dejar atrás el autoritarismo del PRI y construir una democracia. Pero el narcopresidente López nos quiere regresar a esos oscuros tiempos del PRI.
—¿Entonces el PRI está en contra de esta marcha por la democracia? —respondió Emiliano Sócrates, quien observaba que aquel sujeto que hablaba raro ignoraba a unos jóvenes que sostenían unas pancartas que decían “Diana Carolina está desaparecida”, y prefería abordar a una señora de la tercera edad, aparentemente católica, para increparla sobre las razones por las que se encontraba ahí.
—Bueno, no. También están marchando en contra de regresar al autoritarismo. Pero es porque López le está dando poder a los militares y no podemos permitir que eso pase.
—¿Y estos priistas que también están marchando no les dieron poder a los militares? —comentó Sócrates con genuino interés.
—Sí, pero para enfrentar al narcotráfico. No como López y su política de abrazos no balazos… Pero espere, está por comenzar el discurso de Lorenzo Córdova —dijo Demócrates y señaló el templete.
Mientras Lorenzo Córdova hablaba, Sócrates observó que había gente pidiendo que dejaran de matar periodistas y desaparecer personas, que hubiera suficientes medicinas para sus familiares, entre muchas otras cosas más.
En eso, Lorenzo Córdova decía: “Estamos aquí para defender las reglas y las condiciones que nos permiten votar en libertad en elecciones auténticas y equitativas…”.
—¿Los priistas que también marchan respetaban las condiciones que permiten votar en libertad? —preguntó Sócrates al joven que permanecía a su lado.
—No. Pero nosotros no venimos a apoyar a nadie. Venimos a evitar que nos quiten lo que habíamos conseguido —contestó Demócrates, quien empezaba a fastidiarse.
Córdova proseguía: “Están en riesgo las instituciones de la democracia. Por el hecho de que le incomodan, desde el poder se busca desaparecerlas, subordinarlas o capturarlas…”.
—¿Ningún Gobierno anterior puso en riesgo las instituciones democráticas? Recuerdo que la gente se quejaba mucho de un fraude electoral en 2006—le dijo Sócrates a Demócrates.
—Haya sido como haya sido, nada es tan burdo como lo que hace el narcopresidente López —respondió el joven con franca molestia.
Finalizaba Córdova: “No olvidemos que cuando una democracia está en riesgo, quien no hace nada mientras otros la amenazan, la atacan y buscan acabarla, ya sea porque tienen miedo, porque son indiferentes o porque menosprecian esos ataques, terminan siendo responsables de su destrucción”.
—¿Los que no hicieron nada frente a los fraudes de antes, también son responsables de la destrucción de la democracia? —preguntó Sócrates mientras todos aplaudían.
—Seguro usted se informa con el Chapucero y ve la Mañanera, ¿verdad? La ciudadanía está marchando para defender lo que teníamos antes y que López nos ha quitado —respondió Demócrates ya muy fastidiado de tantas preguntas.
—Entiendo —respondió Sócrates, quien se percató de la molestia del joven.
Se despidió y comenzó a caminar lentamente para salir del Zócalo. En el camino se encontró con un colectivo que gritaba: “¡No hay democracia con desaparecidos!”. Poco después se topó con el sujeto con pinta de argentino, quien se grababa con su iPhone diciendo: “Otra marcha fifí, pura amlofobia”.
Finalmente, don Emiliano Sócrates consiguió alejarse de la multitud y antes de entrar a una tienda para conseguir un poco de agua se preguntó: —¿Por qué en una marcha por la democracia nadie quiso escuchar a los que tenían verdaderas razones para marchar?