Como un embajador en una nación enemiga antes del estallido de la guerra. El aroma de la incertidumbre martilla su camino por todas partes, se cuela desde cada rincón. En cualquier momento llegará lo inevitable y, como cualquier fuerza histórica, nada podrá pararlo. Porque los tanques pueden ser destruidos, frenados a fuerza de metralla, no así el andar de las ideas y los cambios políticos y sociales.
Así se debe sentir Norma Piña, que ya aseguró su nombre para las páginas de la historia. Porque será la última, y a los últimos como a los primeros, siempre son a los que se les recuerda, contrario a todos los que ocupan los espacios intermedios, a quienes les aguarda la indiferencia. Será ella la última ministra presidenta de la antigua Suprema Corte de Justicia de la Nación. Dependerá aún si su legado será uno de gloria o ignominia.
Conforme pasen los años, salvo los estudiosos del Derecho y de la historia mexicana a detalle, pocos recordarán que Juan Silva Meza y Luis María Aguilar presidieron el máximo tribunal de la nación, Ortiz Mayagoitia será casi un anónimo. Mas se sabrá que Genaro Góngora Pimentel fue el primero y Norma Piña la última. Inauguraron y cerraron el periodo de la transición democrática, que no necesariamente devino en democracia, en el Poder Judicial. El legado zedillista y la institucionalidad del ethos neoliberal.
Si bien el neoliberalismo, pese a los alegatos obradoristas, no ha desaparecido ni desaparecerá, como un zombie que entre más lo matan más vivo y peligroso se torna, sí entra a una nueva etapa en la que hay una nueva correlación de fuerzas. Un nuevo régimen que, para funcionar, necesita transformar todas las instituciones a su semejanza, como, a pesar de que se le olvide a algunos, hicieron los regímenes anteriores. Como hizo Zedillo.
Porque, como acontece con los vehículos, para que el carro marche el eje de las llantas debe estar en sincronía. El régimen naciente, surgido tras una aplastante mayoría en las urnas, que además se valió de artimañas, para lograr la mayoría demoledora en el Congreso, ahora necesita de una Corte que se adecúe a su propio proyecto de nación, no que sea un resquicio del régimen anterior que se resiste a morir y hará todo por obstaculizar al régimen que viene.
Norma Piña pasa por momentos difíciles. El Poder Legislativo, dominado por las hordas guindas, la desprecia, la humilla y no se cansa de hacerle majaderías, como en la toma de protesta. Ayer destacó su exclusión de una conmemoración ayer en el Senado sobre el Voto de la Mujer, a la que sí acudieron la magistrada presidenta Mónica Soto y la consejera presidenta del INE, Guadalupe Taddei, así como la ministra Yasmín Esquivel.
El Poder Ejecutivo, aunque más cordial e institucional que su predecesor, que era de carácter más combativo, también ha rechazado continuar el diálogo con las y los integrantes de la Suprema Corte. Y lo que le faltaba a la ministra presidenta: las protestas de los trabajadores del Poder Judicial comienzan a perder fuerza. Nunca gozaron del amplio respaldo ciudadano y el ímpetu comienza a desvanecerse.
A pesar de que con argumentos legales y legaloides, jueces han buscado frenar la Reforma Judicial, las fuerzas históricas y sociales no están de su lado. A pesar de sus deficiencias y sus elementos peligrosos, la Reforma Judicial está legitimada y respaldada por una nueva mayoría y un nuevo régimen.
No se puede frenar la historia, que avanza como un tren que barre todo a su paso. El Poder Judicial está desprestigiado, deslegitimizado y es un componente de un régimen que agoniza porque así lo quiso la ciudadanía en las urnas. Ya no se puede jugar con las reglas anteriores, porque las reglas cambiaron.
Norma Piña tendrá en sus manos saber cómo la Corte se adapta a los nuevos tiempos o ser arrollada por la locomotora morenista.