El caso de Luis Donaldo Colosio es una herida que no cicatriza. No sólo porque es el magnicidio más importante que ha padecido el país desde el asesinato del expresidente Álvaro Obregón, hace casi un siglo, sino también por el aluvión de dudas, es decir, el aura de misterio, que rodea al crimen.
A casi 30 años de la pérfida tarde de Lomas Taurinas, es un trauma nacional del que no nos hemos recuperado como sociedad. Ya sea por el fantasma de lo que pudo ser y no fue. Ya sea por las teorías de la conspiración. Ya sea porque, cada seis años, se utiliza este tema para el golpeteo político electoral. Ya sea porque, quizá, nunca sabremos qué pasó en realidad.
Ayer se escribió un nuevo capítulo importante en el caso. En primer lugar, se destapó que la Fiscalía General de la República maneja la versión de un segundo tirador, Jorge Antonio Sánchez Ortega, quien era un ex agente del CISEN, por lo que de paso se salpica a Genaro García Luna, entonces funcionario de esa institución.
En segundo lugar, porque, en un hecho histórico, Luis Donaldo Colosio Riojas, actual alcalde de Monterrey y precandidato al Senado, pidió indulto presidencial a Mario Aburto, asesino confeso de su padre.
Este marzo será un hervidero. Empiezan las campañas presidenciales, con la tradicional guerra sucia, intercambio de lodo, entre los principales partidos políticos: guindas, azules, tricolores, amarillos, rojos, naranjas y tucanes. También, se llega al 30 aniversario de la tragedia que cambió, desde 1994, el rumbo y la historia de México.
Existe la posibilidad de que, como parte del ruido electoral, el expediente del caso se utilice, por ambos bandos, para golpear a candidatas y candidatos. En algunos casos, probablemente, con justa razón. El deseo final, es que haya una investigación que esclarezca lo que sucedió en verdad.
Si no hubieran matado a Colosio, la transición democrática habría sido distinta; tal vez no habría habido el conflicto electoral del 2006; quizá no habría habido Guerra contra el Narco, de la cual seguimos padeciendo, 18 años después, una ola imparable de violencia y barbarie. Pero no vale la pena especular sobre qué rumbo habría tenido el país.
Lo que nos queda es seguir exigiendo que haya una investigación digna para el pueblo mexicano, que llegue al fondo del asunto de manera imparcial, sin intereses ocultos o electoreros. Que no haya impunidad.