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Propagandistas e intelectuales

Los especialistas en propagar no se cuestionan sobre lo que difunden... ni tampoco les importa.

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La propaganda está estrechamente ligada con la fe, es decir, con la defensa y la divulgación de creencias para mantener o conseguir adeptos para alguna doctrina religiosa. Según explican los expertos en el estudio de su origen histórico y etimológico, el primer registro que tenemos de un acto de propaganda, concebido como tal, fue el del papa Gregorio XV, quien publicó la “Inescrutabili Divinae en la que establece la Sacra Congregatio de Propaganda Fide” para hacer llegar la fe cristiana más allá del mar.

Es por su origen religioso que la propaganda no se concibió como un generador de ideas, sino como una forma de repetir mensajes. Los especialistas en propagar no se cuestionan sobre lo que difunden, ni tampoco les importa, pues su papel, estrictamente, es el de propagar una idea o creencia sin importar si es cierta o falsa. La mayoría de los diccionarios etimológicos de la lengua española, entre 1600 y 1700, registran que su significado está relacionado con “llevar noticias de un lado a otro”.

Además, según explica Alonso Méndiz, a su significado se incorporó, del inglés, la definición de que esas noticias son “interesadas o tendenciosas”. Un propagandista es especialista en difundir información parcial que obedece a ciertas tendencias previas a las que busca favorecer.  El diccionario de Oxford de principios de siglo XX la define como “la propagación sistemática de información o ideas por un partido interesado, especialmente de modo tendencioso, a fin de animar o instar a actitudes o respuestas particulares”.

En tanto, el trabajo intelectual se basa en crear ideas. Antonio Gramsci (a quien se ha citado mucho sin leerlo) explica que la función del intelectual es la de ser un generador de sentido y de contenido con la suficiente potencia de cambiar la forma en la que se entiende el campo de la política; por eso, es fundamental para disputar la hegemonía, es decir, para construir un sistema de ideas que interpreten, definan y expliquen políticamente la lucha de clases.

Entonces un intelectual es aquél que con sus ideas establece límites éticos y políticos para  la disputa y el ejercicio del poder; que habita en la coyuntura y se acerca o se aleja de ella lo suficiente para reflexionar con eficiencia; que defiende posiciones que considera acertadas y que cuestiona aquellas contradictorias de los postulados fundamentales que defiende. En pocas palabras, un intelectual no es un repetidor, sino un generador y agitador de las ideas.

Así que aquellos que son propagandistas no deben enojarse porque los llamen así. Si su papel es el de pararse en la radio y en la televisión para repetir los guiones que les comparten sus superiores; si su función es la de defender, sin importar la coyuntura, a un político o política; si su trabajo es cuadrar el relato oficial, aunque este sea contradictorio con los postulados fundamentales que dicen defender; entonces son propagandistas. Es lo que eligieron, para eso les pagan, sabemos cómo hacen su trabajo y en dónde podemos encontrarlos. A los intelectuales los buscaremos en otra parte.