El juego de la sucesión llegó a su fin, y salvo que pase algo extraordinario, Claudia Sheinbaum Pardo será la vencedora y la próxima candidata de Morena para la Presidencia de la República. Su aparente triunfo inevitable se debe a su cercanía con el poder y a la incapacidad de sus contrincantes de enfrentarse a esa circunstancia.
Desde que el juego comenzó, Sheinbaum tuvo todo a su favor. El presidente la arropó, y con ello permitió, por acto o por omisión, que se utilizaran los recursos del Estado y del gobierno de la Ciudad de México para promoverla: espectaculares; bardas; mítines llenos de acarreados; entrevistas favorables en la tele, la radio y YouTube; servicios de comunicación del Estado; apariciones en revistas (algunas inexistentes y otras famosas como Tv Notas); miles y miles de bots; propagandistas en programas de opinión; pseudoperiodistas que siempre hablan bien de ella (hasta de su gestión en el Metro); encuestas amañadas y no amañadas y, según varias denuncias, la promoción ilegal de su persona a través de los Servidores de la Nación.
Los paleros, fanáticos y algunos creyentes de buena fe, sostienen que todo esto se debe a un fin superior, a que Sheinbaum es el mejor perfil para continuar con la transformación del país. Sus detractores, desencantados, opositores, oportunistas, periodistas lejos de la nómina transformacionista, etcétera, denuncian que es para asegurar la impunidad y el enriquecimiento de ciertas figuras durante este sexenio. Yo pienso que las justificaciones salen sobrando y que lo que importa son los hechos: desde el día uno Claudia Sheinbaum ha contado con el apoyo del poder político y el poder económico.
Por otra parte, sus contrincantes aceptaron las reglas desiguales y la arbitrariedad del juego, y fueron incapaces de revertirlo: Ricardo Monreal estiró mucho la liga y cuando pudo romperla no lo hizo. Terminó siendo un jugador secundario, con denuncias testimoniales y a la espera de que esta vez sí le cumplan lo que acordaron para no romper “la unidad”.
Adán Augusto López confió en consultores que viven vendiendo humo (aquí, en España y en otras partes de América Latina); dejó que su entorno personal tomara las riendas políticas e intelectuales de su campaña, y cometió los errores estratégicos de meterse a pelear con una televisora y confiar que el Uno se decantaría por su persona gracias a su amistad y al apoyo que su familia le prestó en años anteriores. Esto, desde luego, no pasó.
Finalmente, Marcelo Ebrard enfocó todas sus energías en la “no campaña” que los participantes realizaron tras dejar sus cargos, y fracasó rotundamente. Su equipo de comunicación lo estafó, le vendió la idea de que debía ser un instagramer en vez de lo que es: un político con experiencia. Sus mejores golpes mediáticos fueron gracias a su olfato político y decisión de no evitar el conflicto, pero esto casi no pasó y algunos, cuando ocurrieron, ya era demasiado tarde. El resultado está a la vista de todos: las encuestas, incluso las que no son cercanas a Sheinbaum, muestran que no subió en preferencias, incluso hasta bajó.
Al final, ninguno de los que mencioné (hay otros que sólo son facilitadores, candidatos a sueldo de los que ya tendremos oportunidad de platicar) supo cómo remediar la inequidad que aceptaron desde el principio. Mañana podrán patalear, denunciar, amagar con romper o esperar un golpe de suerte, algo inesperado y poco probable que los haga ganar. Pero la verdad es que todos siempre tuvimos claro que la decisión de quién sería el candidato o candidata a la presidencia de la República la tomaría sólo Uno, y que para conseguirlo pondría todos los recursos políticos y económicos a favor de esa persona. Luego, sólo esperaría los errores de los demás.
Y así pasó: game over.