Opinión

A LA IZQUIERDA

¿Cómo que no todos pierden las cosas?

El 13 de julio se celebra el Día Internacional del Déficit por Atención e Hiperactividad, y es un buen momento para recordar que los malestares también se alivian hablando sobre ellos y abrazándolos como sociedad.

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Un día saliendo de la escuela mi madre me compró un refresco, de esos que servían en una bolsita de plástico. Al llegar a casa, sin darme cuenta, dejé la bolsa encima de un televisor chico que teníamos y me puse a jugar con un pequeño balón que me habían regalado en Navidad. Al poco rato, mi madre descubrió el desastre: la televisión estaba empapada de soda pegajosa y, horror, ya no encendía más. Yo tenía seis años.

Una mañana salimos a toda prisa rumbo a la escuela, no sin antes ocuparme de mi labor matutina de sacar la basura y dejarla en donde pasaban a recogerla; ese día, como ya era tarde, corrí para poder cumplir cabalmente con mi encargo. Ya en el salón de clases, la maestra pidió que sacáramos el libro de Español, y fue ahí, después de buscar desesperadamente, que caí en cuenta que no llevaba mi mochila; la dejé junto a la basura, y pese a los intentos posteriores por recuperarla, no pudimos conseguirlo. Finalmente tuve que sacar copias de los libros de mis compañeros, rellenarlas, y con estas fotostáticas terminar el curso escolar. Yo iba en cuarto de primaria.

Una tarde, dentro de un vagón del Metro de la Ciudad de México, tenía la mente distraída en todos mis pendientes: la tesis; el trabajo del domingo; el trabajo de la semana; mi columna; un ensayo y una reunión del círculo de lectura al que, por cierto, ya no he podido asistir. Al llegar a mi destino me percaté que había perdido una pequeña mochila con todas mis pertenencias, incluyendo mi almuerzo. Me frustré tal y como me he frustrado toda mi vida, y luego me avergoncé al contárselo a mi pareja. Tenía 30 años.

A raíz de este suceso, acudí con un especialista y descubrí que tengo Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Con ello supe que no a todo el mundo le pasa lo que a mí; que no todos miran hacia otra parte mientras les cuentan algo; que no cualquiera comienza a trabajar la tesis y termina leyendo sobre los goliardos; que no es tan común interrumpir a las personas cuando hablan; olvidar en dónde se dejan las cosas, no poder concentrarte en muchas cosas a la vez o sentir mucha ansiedad cuando la gente te observa (lo que te obliga a ser sumamente cuidadoso y, de todas maneras, descuidar las formas).

También me di cuenta de que no sólo había sido difícil para mí, sino también para los que me rodean. Amigos, amigas, familiares y pareja, todos ellos me ayudaron de alguna forma a compensar mis carencias y a salir adelante. Y es que como sucede con todos los trastornos, no basta con el esfuerzo personal, sino que es indispensable una red de apoyo que refuerce la integración y que no aísle a las personas.

Así como ocurre con los méritos (que nunca son exclusivamente personales, sino compartidos), los dolores también los sufrimos en colectivo, a veces con apoyo, a veces sin él. Esto no sólo ocurre con los trastornos como el TDAH, sino también con otros tipos de malestares, a veces asociados a él, como la depresión o la ansiedad. Para enfrentarlos es necesario del autocuidado y del esfuerzo personal, pero también del apoyo de la familia, de las amistades, de la comunidad y de las autoridades.

El 13 de julio se celebra el Día Internacional del Déficit por Atención e Hiperactividad, y es un buen momento para recordar que los malestares también se alivian hablando sobre ellos y abrazándolos como sociedad. Sucede con el TDAH, pero también con todo lo demás.