Marcelo Ebrard por fin lo hizo: ayer sacudió la discusión pública al anunciar su renuncia de la Secretaría de Relaciones Exteriores rumbo al 2024.
La apuesta del canciller es una jugada digna de una partida de póker. O se levanta con la gloria o pierde estrepitosamente. El todo por el todo, dice el lugar común.
Una vez que deje formalmente el cargo, el lunes 12 de junio, no habrá vuelta atrás para Ebrard. Se volcará de tiempo completo a su campaña para ser el candidato de Morena al Ejecutivo. Si sale bien, será el abanderado guinda, si sale mal, será el fin de su carrera política.
Es un clavado sin salvavidas.
Pero, a diferencia de hace unos meses, ahora lleva la ventaja. Tiene por primera vez en sus manos la batuta en la orquesta de la sucesión presidencial. Y fue gracias al propio Andrés Manuel López Obrador.
En la inesperada cena del lunes en el restaurante El Mayor, el presidente fijó las reglas de la elección interna de Morena, entre las cuales está que los aspirantes presidenciales, "corcholatas", como les dice, se separen de sus cargos antes de la encuesta para elegir la candidatura de la 4T.
Esto fue una victoria directa de Ebrard, quien siempre pujó por esta propuesta. Y pega directamente a Claudia Sheinbaum, quien siempre ha impulsado que los aspirantes a la presidencia renuncien al cargo una vez que se den a conocer los resultados de los ejercicios demoscópicos.
¿Qué hizo cambiar la opinión de AMLO?
Es un misterio. Quizá fueron los resultados de la elección del domingo, que no le gustaron del todo y le hicieron ver la importancia de evitar fracturas que deriven en descalabros en los comicios.
O quizá fue la reunión privada que, horas antes, tuvo con Ebrard antes de la cena del lunes.
El domingo se reúne el Consejo Nacional de Morena, que si toma en cuenta la recomendación presidencial, aprobará que las y los aspirantes presidenciales del partido se separen del cargo antes de la elección.
Si se aprueba eso, Marcelo consolidará una ventaja de su lado.