Hoy se vive el fin de una era.
Acaba la presidencia de Lorenzo Córdova en el Instituto Nacional Electoral (INE), la cual duró 9 largos años. Prácticamente una década. Adolescentes se volvieron adultos. Partidos nacieron y desaparecieron: el PES, por ejemplo. Otros se volvieron hegemónicos: es decir, Morena. AMLO pasó de ser el doble perdedor de las elecciones al presidente más votado de la historia.
Parejas se amaron y se odiaron. Surgieron y rompieron. O juráronse lealtad para después ignorarse para siempre. Nacieron niñas y niños que ahora se avecinan a la doliente pubertad y a la sufrida secundaria. El final de Game of Thrones era nuestro mayor enigma. Nadie sabía qué era el coronavirus.
En abril de 2014, cuando nació el INE y Córdova se volvió su primer presidente, los 43 normalistas de Ayotzinapa departían tranquilos con sus familias. Nadie se tomaba en serio a Donald Trump. Barack Obama era el hombre más poderoso del mundo.
Crimea era territorio ucraniano.
La Gran Bretaña era parte de la Unión Europea.
La Gaviota era dueña de una mansión, en Las Lomas, de la que nadie había oído hablar.
Duarte era gobernador de Veracruz.
Cuarón ganaba su primer Oscar a Mejor Director. Antes que Iñárritu y Del Toro, que años después también lo recibieron.
Messi era un pecho frío.
No había PlayStation 5.
Nueve años después de asumir el cargo, Córdova deja el cargo en un momento crítico en el que las democracias se deterioran en el mundo.
Aprieta el fantasma del fascismo, que amenaza con invadir y bombardear a los vecinos del sur. A deportar y exterminar a los que sean diferentes.
Los presidentes del primer y tercer mundo dicen mentiras y amenazan desde su púlpito.
O encierran, como Bukele, a las personas por su aspecto. Porque parecen ser pandilleros. Las cárceles para encerrar a los pobres.
Amenazan con regresar a las elecciones a manos del gobierno.
Y aunque ni Córdova ni el INE son perfectos. Todo lo contrario. Se extrañará cómo era el mundo cuando ellos llegaron.
Y no volverá jamás.