Qué embrollo se armó con el tema de la salud de Andrés Manuel López Obrador.
Pocas veces en la historia reciente del país habíamos sido presas del miedo, la rumorología y la mentira como en esta ocasión. De todos lados, tanto del oficialismo como de la oposición, de todas partes lanzaron información equívoca.
Hubo momentos de verdadero terror, porque ante las falsedades de algunos periodistas y figuras opositoras se metió la duda y el temor respecto al verdadero estado de salud del presidente.
A eso no abonó que el Gobierno se contradijo y ocultó información que era cierta. Y también mintió. Sí hubo un desvanecimiento en Yucatán, que afortunadamente no pasó a mayores.
El propio AMLO tuvo que salir a poner orden y aclarar todo. Y qué bueno. Realmente fue una gran reaparición la del mandatario federal, que ayudó a aliviar temores y a generar tranquilidad.
Fue un alivio ver al presidente. Hasta un acto de alegría, por qué no. La vida y la salud siempre han de celebrarse. Sobre todo si se trata del mexicano con el cargo más importante de la nación.
Así como es de reconocerse la apertura de AMLO, debe criticarse a los funcionarios de su Gobierno que no dijeron la verdad, la ocultaron, la evadieron y con ello abonaron al caos informativo.
Debe reprobarse, aún más, a los periodistas y opositores que, con enorme mezquindad, difundieron noticias falsas sobre la salud del mandatario. Que si le dio un infarto, que si le dio una hemiplejía. Llegaron a la ridiculez de decir que estaba paralizado y ya no podría gobernar.
Qué bueno que ya todo se aclaro.
Pero no todo son noticias positivas. El agandalle que ayer hizo la 4T, que en una sesión de 24 horas en San Lázaro sacó la aplanadora para aprobar 10 reformas, que incluyen la desaparición del Insabi y la transformación del Conacyt, es algo que nos debe preocupar y ocupar. No necesariamente porque se esté en contra de lo aprobado, sino por lo desaseado del proceso legislativo.