La adquisición por parte del Gobierno de 13 plantas de generación eléctrica, que pertenecían a Iberdrola, es una buena noticia para la soberanía energética del país, siendo la muestra perfecta de lo que pudo ser la "Cuarta Transformación" de no haber cedido ante la oligarquía, y si varios de los encomendados a cumplir misiones claves no hubieran sido ineficientes o corruptos.
Al inicio del sexenio el presidente tomó dos decisiones equivocadas. Por un lado, en aras de transformar todo con la misma intensidad y velocidad, consideró que lo mejor era no confrontarse directamente con los oligarcas, pero con el pasar de los años y con una pandemia a cuestas, el margen de acción para un posible distanciamiento con ellos se fue perdiendo. Además, con la estrategia catch all de Morena en los estados, terminó siendo una coalición gobernante nacional y local con intereses mayoritarios de poderes fácticos que, en principio, eran contrarios al proceso de transformación. Así, el Gobierno terminó consolidando un neoliberalismo social.
Por otro lado, ante la falta de cuadros para conformar un Gobierno, decidió recargarse sobre personas leales antes que capaces y, en algunos casos, en las personas que éstos le recomendaron, aunque ni los conociera. Un ejemplo de esto último es Sanjuana Martínez, a quien puso en Notimex por recomendación de Carmen Lira de La Jornada y quien, claramente, ha sido una terrible carga para su Gobierno. Otro ejemplo, pero de los que sí conocía, es Ignacio Ovalle; uno de sus mentores y hombres de confianza, al que puso a dirigir Seguridad Alimentaria Mexicana (SEGALMEX) y que ahora tiene a cuestas el escándalo del desfalco de miles de millones de pesos de dicha institución. Y quizás el mayor ejemplo de ineficiencia es el de Octavio Romero Oropeza, otro hombre de confianza de López Obrador y quien no ha logrado rescatar a PEMEX, empresa que a la fecha sigue acumulando pérdidas económicas.
Pero si alguien cumplió con su misión fue Manuel Bartlett, director general de la Comisión Federal de Electricidad. Bartlett resulta desconcertante para la izquierda por su papel durante el fraude de 1988, razón por la cual se tiende a omitir que una de sus agendas personales desde el priismo es la de la lucha por la soberanía nacional. En tiempos en los que el obradorismo no era mainstream, ocupó la tribuna parlamentaria para oponerse a la reforma energética neoliberal y para posicionarse a favor de la soberanía, causando risas de panistas y priistas (algunos de ellos hoy en Morena). Cuando inició el sexenio, el presidente le encomendó el mantenimiento de la mayoría de la producción energética, pues, como herencia del peñismo y bajo el marco de su reforma, en pocos años el Estado la perdería prácticamente por completo.
Así inició con la lucha legal y política para conseguirlo. Su equipo participó directamente en la redacción de la reforma energética, que sería frenada gracias a la ineficiencia política-electoral de Mario Delgado (al perder la mayoría calificada) y de la política parlamentaria de Ignacio Mier y compañía. Finalmente, fue Bartlett el que siguió adelante y quien operó la compra de las plantas eléctricas ya mencionadas, consiguiendo así recuperar el mayor porcentaje de producción energética.
Bartlett forma parte de una estirpe de políticos que prácticamente ya no existe en nuestro tiempo. Contradictorio, como la mayoría de los políticos, pero eficiente y con un marco ideológico distinguible, en este caso, el de la soberanía energética. Quién sabe qué habría sido del Gobierno de López Obrador con más políticos que cumplieran sus misiones como Bartlett y menos que hicieran gala de su ineficiencia como Sanjuana, Ovalle y Oropeza.