Dígame por favor qué es peor para los dos millones de migrantes que llegan cada año al país: ¿perseguir el sueño americano o sufrir la pesadilla mexicana?
Cual sea la respuesta nos lleva al mismo callejón: ser migrante es peligro mortal.
La tragedia de Ciudad Juárez restriega lo sabido. México es una cárcel migratoria donde no cabe el trato humanitario. El país está sometido, de manera irremediable, a la imposición estadunidense de contener la amenaza migrante a como dé lugar.
Atrás quedó aquella oferta presidencial de recibir con los brazos abiertos a quienes, con todo derecho, huyen de violencia, pobreza y frustración en sus países de origen. En los hechos, los migrantes salen de un infierno para hundirse en otro.
Después de la desgracia de Ciudad Juárez, una vez más, el presidente de la República esconde la negligencia criminal de las autoridades; oculta al inepto titular del Instituto Nacional de Migración. Prefiere revictimizar a muertos y heridos; acusarlos de haber iniciado el incendio que arrebató 39 vidas. Solo le importa golpear a los medios de comunicación por exhibir el drama, con amarillismo perverso, dice, para perjudicarlo a él y a su gobierno.
Nada menciona del lavadero de manos; de irresponsabilidad de los secretarios de Gobernación y Relaciones Exteriores, ambos “corcholatas” rumbo a la sucesión presidencial y, por ello, más ocupados en repartirse culpas y puñaladas que en cumplir con su deber.
Total, importa poco el drama de unos cuantos desgraciados.