Opinión

A LA IZQUIERDA

La transformación y la quema de Judas

El presidente quema judas todo el tiempo; periodistas, comunicadores, políticos, intelectuales, antiguos aliados y cualquiera que se atreva a cuestionarlo es merecedor del escarnio público.

Créditos: Cuartoscuro
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La quema de ídolos es un recurso común de los movimientos sociales y de los movimientos políticos. En México, la práctica parece venir de la tradición de la quema de Judas que se realiza en Semana Santa y que simboliza la destrucción de la maldad, de la traición y del mal humor.

En las protestas, sirve para denunciar al mal Gobierno o la inmoralidad de los poderosos. Recordarán, por ejemplo, que la marcha masiva de Ayotzinapa terminó con la quema simbólica de un “judas” de Enrique Peña Nieto, a cargo de los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos.

El presidente quema judas todo el tiempo; periodistas, comunicadores, políticos, intelectuales, antiguos aliados y cualquiera que se atreva a cuestionarlo es merecedor del escarnio público. Por eso, no sorprende que a varios obradoristas les haya parecido buena idea hacerlo también en la plaza pública con la ministra Norma Piña, quien se ha manifestado a favor de la independencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

En su lógica, que la ministra quiera ser autónoma es una traición; es la representación de la maldad que debe destruirse durante la conmemoración de la expropiación petrolera. Otras deshonras de la Corte como el plagio de la ministra Yasmín Esquivel, peccata minuta —de esas que se arreglan con una palmadita en la espalda y recitando un padrenuestro— pero no ser sumisa con el jefe, ¡caray!, eso es un acto inadmisible que bien debe castigarse con la quema pública de su imagen mientras el pueblo bueno —que defiende la soberanía de la nación— grita: “que la vengan a ver, que la vengan a ver, esa no es una ministra es una naca de cabaret”.

Para la importancia que los obradoristas les dan a los símbolos, la quema representa a la perfección a lo que fue reducido el movimiento que tenía el potencial de convertirse en una identidad política transformadora.

Sobre Alejandro Gertz Manero y su traición a las familias de los 43 estudiantes desaparecidos no dicen nada, a lo mucho un tuit, pero ¿una protesta?... jamás.

Sobre Adán Augusto y su traición hacia las madres buscadoras, al decirles que no confiaba en ellas cuando le exigían justicia: silencio total. Es más, están “a gusto” con él.

Sobre los miles de millones de pesos de Segalmex y la implicación de gente cercana al presidente en el desfalco, no dicen una sola palabra, es más, ya están buscando chivos expiatorios al respecto.

Sobre la traición de Claudia Sheinbaum a los capitalinos al no garantizar el mantenimiento al Metro y, en consecuencia, provocar varios accidentes que costaron vidas, no sólo no dijeron nada, sino que acusaron a otros judas de impulsar un sabotaje en su contra.

Y así cada traición del presidente, de sus aliados y de los morenistas a lo que decían que eran y a lo que prometieron ser.

Aunque el obradorismo siente que es fiel a los recursos populares y de la protesta, que tradicionalmente se usaban para denunciar la injusticia y la inmoralidad de los poderosos, me parece que hay un famoso pasaje bíblico que les viene mejor: Mientras juegan a quemar a Judas, encumbran todos los días a Barrabás.