México está inmerso en un momento decisivo; en el ambiente domina el tema de la sucesión presidencial que evidencia grave peligro de radicalización política.
Las recientes mareas, rosa y morada por un lado y guinda por otro, revelan división exaltada sin mayor esperanza de reconciliación.
Bendecir a los fieles adeptos a la 4T, bajo el cobijo de la bandera nacional y negársela a los oponentes no solo es majadería; habla de exclusión venenosa; de radicalismo pueril exacerbado.
Dividir a los mexicanos entre “pueblo bueno” y “zopilotes conservadores” y asegurar que ambos bandos son “adversarios”, es una provocación perversa.
No es cuestión de quien quemó primero la figura de quien; la violencia simbólica encierra el deseo de materializarla. Ese peligro es inaceptable.
México debe aferrarse a la democracia, donde quepamos todos; que el dogma sea unir al país dividido para que hable el pueblo… y calle el caudillo.