Las imágenes son espantosas: en medio del Zócalo una efigie de la ministra Norma Piña es incendiada entre gritos de júbilo, éxtasis y apoyo al presidente López Obrador.
La escena ocurre en un país rebasado por la violencia feminicida, donde a las mujeres las matan o las rocían (las deforman) con ácido sólo por ser mujeres. El contexto importa.
Claro, se han quemado en la anterioridad piñatas de los ex presidentes Peña, Calderón, Fox... incluso de AMLO. El problema es que en esos casos se trataron de protestas por decisiones gubernamentales, descontento popular ante casos de corrupción o por crisis de derechos humanos y desapariciones forzadas, como el caso Ayotzinapa. O por las tradicionales quemas de Judas, que se realizan en el país cada Semana Santa.
Por supuesto que el contexto importa. Y las razones que orillan la protesta también.
En el caso de la ministra Norma Piña el acto, en donde la efigie fue disfrazada de bruja, una antiquísima forma para denigrar a la mujer, tiene por detrás un berrinche de la 4T por no haber puesto a una ministra afín al frente de la Corte.
El Poder Judicial tiene muchísimos problemas. Sobre todo por ineficiencias de tribunales, juzgados y fiscalías locales. La corrupción que lo aqueja no nació con la ministra Piña, como falsamente quiere narrar la autodenominada Cuarta Transformación, que repudia, de forma surreal, que una ministra, Yasmín Esquivel, que realmente incurrió en un acto de corrupción acreditado, su plagio en tesis de licenciatura y doctorado, no encabece la Corte.
La corrupción en ese órgano, que es un asunto que debe atenderse como tantos en este país, no nació hace meses, ni habría terminado con la llegada de una ministra afín al oficialismo.
Y resulta paradójico, por no decir cínico, que la 4T diga combatir la corrupción, cuando el caso de Segalmex, peor que la Estafa Maestra, se mantiene en la impunidad y Ovalle es defendido por el primer mandatario.
La quema de la efigie de la ministra Piña no se debe tolerar.