Lorenzo Córdova ya se va. Y ya se ve.
A pocos días de su inminente salida del Instituto Nacional Electoral (INE) logró propinarle una derrota importante a la autodenominada Cuarta Transformación.
En medio de aplausos y abrazos, el pleno del Consejo General le dio la bienvenida de vuelta a Edmundo Jacobo, quien, con berrinche de Morena incluido, se reincorporó ayer como Secretario Ejecutivo del árbitro electoral.
Esto luego de que, en tribunales, el INE logró su primera gran victoria contra el Plan B del presidente Andrés Manuel López Obrador al echar para abajo la disposición que obligaba a renunciar a dicho funcionario.
Lorenzo ya se ve a sí mismo como un gran defensor de la democracia. No porque en los hechos haya sido un paladín de la misma, no es un nuevo Francisco I. Madero, sino porque fue un funcionario competente quien logró sacar a buen puerto las labores del organismo electoral pese a los ataques sistemáticos del Ejecutivo.
Sus grandes aciertos fueron sobreponerse a los errores del obradorismo. Y realizar elecciones confiables en medio de la tormenta.
Pero sus grandes desaciertos fueron pecar de soberbia y tomar una postura abiertamente opositora.
Justo ayer, en medio de los reclamos de Morena sobre su supuesta liquidación millonaria, el consejero presidente lanzó una sonrisa maliciosa, que fue aplaudida por los opositores y repudiada por los simpatizantes del presidente, que aún son mayoría.
Ese tipo de gestos de Córdova no ayudan en un país dividido y políticamente polarizado como el nuestro. Al contrario, sólo abonan al encono social y a las respuestas furibundas del oficialismo.
Ha sido un buen consejero presidente... pero su talón de Aquiles ha sido su propia soberbia. No saber medir el ánimo social.
Es cierto que la mayoría mexicana confía y respeta al INE. Pero es cierto que también la mayoría, en un país empobrecido como el nuestro, ve de manera negativa los altos salarios, lujos y frivolidad de la clase política.
Lorenzo debería cuidar más las formas y no darle más armas al morenismo.