Genaro García es culpable y traidor. Estados Unidos lo juzgó por narcotráfico y al mismo tiempo lanzó un misil de largo alcance que impacta a la política nacional.
En realidad, no se juzgó únicamente al más alto exfuncionario de los gobiernos de Felipe Calderón y Vicente Fox, dizque señor de la guerra contra las drogas y el crimen, quien en realidad trabajó veinte años para el Cártel de Sinaloa. No, de hecho se juzgó al Estado Mexicano, secuestrado por el narcopoder, capaz de corrupción institucional infinita.
La sentencia para García Luna podría ser de cadena perpetua; sin embargo, para el gobierno mexicano es una enorme presión para obligar al replanteamiento de la estrategia de seguridad nacional.
Pero el presidente López Obrador es como el sordo; no oye pero compone… La condena de García Luna le viene como anillo al dedo porque arrastra a Calderón, su villano favorito, quien se defiende pero no explica porqué arropó seis años a un criminal; ¿acaso Calderón lo ignoraba?
López Obrador no desaprovecha la oportunidad de festejar y convertir la desgracia de García Luna en victoria propia; hasta le pide al condenado convertirse en testigo protegido para hundir más a los expresidentes enemigos y de paso al estorboso PAN.
Sin embargo, le digo, el presidente no escucha lo inconveniente: que para Estados Unidos, México es un narco estado fallido… y que él es la cabeza.