Los que fuimos jóvenes de izquierda simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, crecimos siendo críticos del Subcomandante Marcos. Nos tocó ver y estudiar La Otra campaña —analizada ampliamente por Octavio Rodríguez Araujo— que realizó durante la elección de 2006; en donde su dura crítica a López Obrador, incluso más severa que la que realizaba a Felipe Calderón, fue una de las tantas razones por las que el PAN triunfó fraudulentamente con apenas el 0.56 % votos de diferencia. La violencia que se disparó durante el sexenio calderonista y los pocos avances en la agenda zapatista, nos convencieron de que Marcos se equivocó en debilitar, desde la izquierda, a la única opción partidista con una agenda progresista.
A la fecha sigo pensando que entonces cometió un error, paradójicamente, similar al de los políticos de la transición, quienes en ese momento pensaron que lo mejor era detener a López Obrador a toda costa. Para ellos, AMLO era un populista que sería un peligro para México; para Marcos, sería el encargado de incubar “el huevo de la serpiente”. El resultado, en realidad, fue el inicio de un período de violencia y de regresión autoritaria que no hemos podido detener. Y nadie, ni Marcos, ha reflexionado públicamente sobre las repercusiones de sus decisiones políticas de entonces.
Sin embargo, el “Sup”, en ese momento Galeano, tuvo razón sobre lo que significaría el triunfo de López Obrador en 2018. Dijo que los proyectos de AMLO destruirían los territorios indígenas (La Jornada, 15/08/2018) y que la “hidra capitalista” no dejaría que pudiera cambiar la estructura de dominación; aunque en ese momento lo vieran peleándose con Carlos Slim por la cancelación del aeropuerto (El Universal, 18/04/2018). Hoy sabemos que Slim, en palabras de López Obrador, es su amigo y un orgullo; y que durante su gobierno el territorio se ha vuelto más violento para todos, en especial para las comunidades indígenas y los zapatistas.
En los últimos días, el ahora Capitán Insurgente Marcos, ha publicado una serie de textos en la página Enlace Zapatista (pueden consultarlos aquí https://enlacezapatista.ezln.org.mx/category/comunicado/). En ellos ha reflexionado sobre la crisis del capitalismo y todo el caos que atestiguamos día con día, en medio de debates estériles entre “influencers” que se echan la culpa entre sí y que se posicionan sobre todo.
La tormenta, según dice, “que pensamos que pasaría en 10 años, ya está aquí”; el tiempo está cambiando y aumentan los desastres naturales, como si la naturaleza se rebelara contra el capitalismo y su fase más destructiva. Además, dice, vivimos en medio del crimen desorganizado, que son los mismos “malos” que pelean entre sí: “gobiernos, de todos los partidos políticos, que se pelean por dinero […] el crimen desorganizado es el principal traficante de drogas y personas, el que se queda con la mayoría de los apoyos federales, el que secuestra, el que asesina, el que desaparece”.
Los que conocen la política chiapaneca, y en específico la zapatista, narran que durante este sexenio las comunidades indígenas sufren porque han incorporado la polarización nacional, dividiéndose en obradoristas y antiobradoristas que se pelean por administrar los recursos federales. Pero, principalmente, sufren —terrible ironía— la falta del Estado. Grupos paramilitares y del narcotráfico asedian a todas las comunidades; los zapatistas tienen enfrente al crimen y al estado, así, con minúscula: una organización disminuida en su capacidad de imponer el orden, gracias a su debilidad o por su complicidad con otros poderes criminales. Si los zapatistas antes estaban solos, ahora lo están mucho más.
¿Qué hacer ante esta situación?, se pregunta quien alguna vez fue Rafael Sebastián Guillén Vicente; sólo mirar hacia el futuro, contesta, de manera enredada, como siempre ha acostumbrado en sus escritos. Sólo queda hacer política pensando en las generaciones futuras, pensando en “Dení”, dice, una niña imaginaria que nacerá dentro de 120 años. ¿Cómo debería ser esa niña? Fundamentalmente libre: “que pueda decidir libremente, también, y sobre todo, que se haga responsable de esa decisión”.
Resulta interesante que la principal cualidad de la generación futura que imagina Marcos es la libertad; no la emancipación, no la autonomía de las comunidades, sino la libertad. Todas ellas, desde luego, implican cierto grado de autodeterminación; pero la libertad, así como la define —decidir, y asumir la responsabilidad de las decisiones— destaca por la individualidad y por la autosuficiencia. En sus palabras: “que no le eche la culpa al sistema, a los malos gobiernos, a sus papás y mamás, a sus familiares, a los hombres, a su pareja (sea hombre o mujer o lo que sea), a la escuela, a sus amistades. Porque eso es la libertad: poder hacer algo sin presiones u obligado, pero respondiendo de lo que se hizo. O sea sabiendo las consecuencias desde antes”. Coincido con él, la izquierda de hoy y de mañana, no sólo debe tener en el horizonte la tendencia al igualitarismo, sino también la tendencia a la libertad.
En otro comunicado, los zapatistas anuncian que cambian su forma de organización y que más adelante nos contarán con más detalle qué harán de ahora en adelante. Por el momento, pareciera ser un repliegue para resistir, “para atravesar la tormenta, atravesar la noche, y llegar a esa mañana dentro de 120 años, donde una niña empieza a aprender lo que es libre”.
Por eso, las reflexiones del “Sup” suenan a un fin de ciclo que, interesantemente, tiene como objetivo el futuro, ese que ya nadie, ni él, ni nosotros, podremos ver. Quizás así siempre se debería hacer política, pensando en la vida que no conoceremos. No sé si Marcos siempre hizo política así, pero hoy lo imagina y se pregunta si aún puede hacer algo cambiar el país: “¿los muertos también estornudan?”, tituló al segundo de sus textos. Quién sabe, ya lo averiguaremos.