La ciudad nació siendo opositora y en el camino se hizo de izquierdas. Tentativamente, podríamos decir que esto ocurrió a partir de la década de los setenta. La matanza del 2 de octubre de 1968 y el Halconazo de 1971 se alojaron en las reflexiones intelectuales y en las organizaciones políticas de muchos jóvenes capitalinos que, además, tenían como telón de fondo la revolución cubana, el mayo francés y las guerrillas urbanas del continente. En algunos círculos había un genuino ánimo de izquierda.
Paradójicamente, ese ánimo encontró un espacio propicio para desarrollarse durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez. Por un lado, como ha explicado Ariel Rodríguez Kuri, durante su gobierno las publicaciones —particularmente las revistas— pudieron aflorar con relativa facilidad, generando así un público e intelectuales de izquierda. Por otro lado, para enfrentar el crecimiento de la ciudad y la falta de vivienda, se reformó la Ley Orgánica del Distrito Federal, con lo que se descorporativizó la interacción del gobierno capitalino con la ciudadanía, gracias a la figura de las juntas de vecinos; y se implementó una política de vivienda digna para enfrentar la invasión de predios.
Cuando el gobierno ya no pudo satisfacer la demanda de vivienda y además cambió hacia una estrategia más represiva (ya con José López Portillo y Carlos Hank González como regente), los líderes de las organizaciones se movilizaron y construyeron una fuerza de izquierda que, en un tiempo relativamente corto, en comparación con el tiempo de estabilidad priista, tomó por asalto el gobierno de la ciudad e impulsó su democratización.
Que la capital fuera la ciudad del presidente provocó que las inercias particulares parecieran nacionales; entre ellas las prácticas opositoras. La conquista del Distrito Federal dio la impresión de que en su gobierno se sintetizaron una serie de consignas y luchas nacionales de las izquierdas, aunque en realidad fueran prácticas citadinas en las que resonaban expresiones del interior de la República.
Fue en la ciudad en donde se popularizó el “es un honor estar con Obrador”, el “todos somos Marcos”, el “Fue el Estado” y otras expresiones y consignas opositoras de izquierda. Esto no ocurrió porque todas las luchas ocurrieran en la capital, sino porque en ella, insisto, por su historia y composición, adquirieron una interpretación y relevancia nacional.
Por eso es muy revelador que en la ciudad del Presidente, en la capital de la que muy probablemente será presidenta de la República, Claudia Sheinbaum; en la urbe que le dio una dimensión nacional a la izquierda, ahora se le dediquen históricos cánticos de rebeldía, lucha y oposición, a un hombre del sistema de antes y de hoy. A un personaje cuyo linaje familiar y su historia personal son todo lo contrario de lo que la izquierda citadina fue y de lo que dice ser.
Es completamente contrario a la historia de la izquierdas y de la capital, que en los mítines del oficialismo, que se dice heredero de esa historia, resuene: “se ve, se escucha, Omar (García Harfuch) está en la lucha”.