Opinión

A LA IZQUIERDA

Fiesta y desolación

En un mismo fin de semana, convivió el éxtasis de Grupo Firme y la desolación de la violencia, con la nueva información dada a conocer del caso Ayotzinapa.

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Mientras Grupo Firme daba un concierto frente a 280 mil personas en el Zócalo de la Ciudad de México, en nuestra conversación pública se discutía sobre la filtración de elementos testados en el Informe del caso de Ayotzinapa que Peniley Ramírez publicó en el periódico Reforma, y sobre la cancelación de las órdenes de aprehensión hacia militares que podrían estar involucrados en dicho caso. Así, en un mismo fin de semana en los medios y en las redes sociales se narraron dos hechos contrastantes de un mismo México: por un lado, el éxtasis y la fiesta; y por el otro, la desolación que produce la violencia. 

Hace tiempo que nuestra sociedad convive con la violencia. La última vez que se movilizó masivamente contra ella fue precisamente tras la desaparición de los 43 normalistas de la escuela normal Raúl Isidro Burgos. Con ello, inició la caída del gobierno de Enrique Peña Nieto y surgió el espíritu de cambio de nuestro tiempo que después López Obrador lograría encauzar para llegar a la presidencia. 

Pero la realidad ha cambiado poco desde entonces. Nuestra sociedad sigue conviviendo con la violencia, buscando a sus desaparecidos y llorando a sus muertos. En tanto, el Estado sigue siendo incapaz de ofrecer soluciones: por falta de imaginación para impulsar nuevas estrategias de seguridad; por falta de voluntad política de ciertas jerarquías institucionales; por falta de capacidades técnicas y humanas; y por falta de autonomía pues, como demuestra el Informe presentado por Alejandro Encinas, las jerarquías y los procedimientos estatales se encuentran vinculadas con el crimen organizado en diferentes niveles. 

Desolación proviene del latín desolatio, que a su vez se desprende del verbo desolare, que significa “asolar, abandonar, dejar solo”. Precisamente, en gran parte del territorio, familias enteras se encuentran abandonadas a su suerte: el crimen organizado gobierna carreteras, desaparece personas sin que nadie pueda hacer nada al respecto y genera violencia a lo largo de todo el territorio. 

Ante la desolación producto de la violencia y de otros malestares de nuestro tiempo, surge la necesidad de encontrar formas de lidiar con nuestro enfado y nuestras angustias, y de alguna forma suturar los lazos rotos y generar comunidad. Si en el pasado reciente se logró mediante la acción colectiva, ahora parece encontrar salida mediante la sensación liberadora de la fiesta y el éxtasis multitudinario, sobre todo en las ciudades más grandes. Pero, aunque cómo mencioné en otra columna, en efecto esto puede ser una forma de generar lugares de encuentro y de reconocimiento del otro, también puede despolitizar y resultar en todo lo contrario: desmovilización e individualización. 

Cometemos un error si creemos que con la fiesta social basta para politizar y encaminar el anhelo de libertad colectiva. Un colega me dijo hace poco: lo que necesitamos es carnaval y revolución. Pero este fin de semana atestiguamos lo efímera y necesaria que es la fiesta, pero también lo terrible y constante que ha sido nuestra desolación.