Opinión

OPINIÓN

La literatura como publicidad para el imperio 

Si bien una literatura siempre ha florecido al cobijo del manto imperial y sus intereses de penetración ideológica, a la par ha existido, igualmente siempre, la enunciación por protesta.

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La hermosura de las Metamorfosis de Ovidio puede entenderse también como un vehículo imperial para cantar el supremacismo de Roma sobre los pueblos del mundo.? 

Esto no lo digo yo sino el propio poeta en los versos finales de su obra: “Perenne, iré, y un nombre será indeleble el nuestro / y por donde se abre el romano poderío a sus dominadas tierras, / con la boca se me leerá del pueblo y a través / de todos los siglos de la fama”, en versión de Ana Pérez Vega para la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.? 

Un contemporáneo del autor de las Heroidas, llamado Virgilio, también escribió el poema épico más importante de la cultura romana entre otras cosas para localizar el vínculo genealógico entre el César y Eneas, hijo de Venus y artífice de la civilización del Lacio, región italiana y topónimo del que deriva la palabra latín —que, como sabemos, alguna importancia reviste para la historia del colonialismo europeo. 

Unos diecisiete siglos después, la literatura seguía cumpliendo funciones de justificación ideológica imperial, ahora del brazo de Pedro Calderón de la Barca, quien además de ser un magnífico versificador y un dramaturgo memorable hizo de sus tablas teatrales tribuna para defender el subrayado de los sacramentos católicos frente a la expansión de la amenaza que supuso para Roma —y para sus intereses no sólo metafísicos, no sólo teológicos— la reforma luterana.? 

Un profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, José Antonio Muciño, nos lo sintetizó desde la cátedra de la siguiente manera: la corona española —en un momento político en que todavía queda lejana la enunciación de la necesidad de separar a la Iglesia del Estado; es decir, donde en consecuencia ambas fuerzas son operadoras simultáneas del control teocrático de la población— contrató a los mejores publicistas de la época para emitir su mensaje de dominación.? 

En aquellos años los publicistas se apellidaban Calderón de la Barca o Góngora y Argote, cuyo dominio de la tecnología de la versificación es tan profundo que sigue motivando el riesgo de la pasión poética y la lectura creadora, sin duda, y dio lugar, por ejemplo, a la admiración de un movimiento de excelencia imaginativa 300 años después: la llamada generación poética de 1927. Entre otras cosas. 

Sin embargo, si bien una literatura siempre ha florecido al cobijo del manto imperial y sus intereses de penetración ideológica, a la par ha existido, igualmente siempre, la enunciación por protesta, el registro de la realidad que contrasta la alabanza de la corte con el hipo de cien perros tirados a morir, como más o menos escribió el troglodita chileno Pablo De Rokha, padre indirecto de las Odas elementales en su cotidianidad y del mal gusto aposta en el verso y el poema. 

Es una de las funciones de la novela —y no de ese género en exclusiva, por supuesto—: burlarse del rey, subvertir la pirámide del poder, escupir en la elegancia de la autopromoción la evidencia de los envilecimientos, señalar que debajo del túmulo imperial hay cadáveres —como cantó con obsesiva lucidez Néstor Perlongher—, recordar que mientras los reyes de España se jactaban de gobernar un imperio en el que no se ponía el sol los niños, los tullidos, las prostitutas y los borrachos morían transidos de piojos en el dolor aterido de las calles de la realidad.? 

Realidad para la que existe la otra literatura: a cada fuerza hegemónica le corresponden las proliferaciones de su contrarrelato, de su oposición no sólo discursiva que, como Luis Buñuel ante Miguel Alemán, recordarán que la compleja y llagada hermosura del mundo no cabe nunca en los cuartos de maquillaje de la parafernalia oficial. 

Sin importar la delicia de su revestimiento retórico o editorial, es una de las principales facultades de los lectores distinguir con los ojos de la pasión y de la inmersión en su entorno qué es elogio del manto del César y qué canción de dignidad entre los purulentos.