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Tren Maya... tumbarlo a la mala como en tiempos de Maximiliano

El proyecto tiene aspectos positivos, como rescatar al sureste olvidado, pero también puede generar un daño ecológico, social y cultural irreparable... pero estos temas debemos debatirlos los mexicanos y nadie más.

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La imagen, en sí, recuerda a los años 60 del siglo XIX. Un grupo de mexicanos viaja allende las fronteras nacionales para pedir que una potencia extranjera intervenga en los asuntos intestinos de una nación.

Las reformas liberales, que quitan poder al alto clero, son un atentado contra las raíces de una nación semifeudal que no termina de nacer, por lo que una comitiva cruza el Atlántico para pedir que un monarca europeo nos traiga el orden y el progreso. Ahora un grupo de mexicanos pide ayuda a Estados Unidos a que, por medio del T-MEC, haga lo mismo... que tumbe al Tren Maya.

Ojo, esto no quiere decir que, aunque haya un tufo similar, sean casos idénticos. Para empezar las dos causas que motivan esta opinión son dispares y diametralmente opuestas: uno busca evitar la pérdida de privilegios y otra busca evitar, de forma loable, un ecocidio en la selva maya.

El problema es que, lo que los une, el punto de convergencia, es igual de reprobable: que potencias extranjeras se inmiscuyan en asuntos internos de una nación soberana... peor aún, que e hagan de forma minotirtariamente, sin amplio mrespaldo popular, afectando al interés de las mayorías.

Los pocos sobre los muchos.

Es cierto que el Tren Maya es un proyecto controvertido que debe debatirse a nivel nacional. Tiene cosas positivas, como apoyar el desarrollo económico del sureste olvidado, así como recuperar un modo de transporte, el ferrocarril, que es más seguro, eficiente y menos contaminante.

También, sin embargo, debe replantearse la viabilidad total del proyecto: la urgencia del gobierno federal por terminarlo en 2023 puede salir caro al país... no sólo en términos ecológicos, sino también en términos sociales y culturales.

Con la llegada del tren no sólo se ampliará el proceso de gentrificación y expulsión de comunidades originarias en sitios turísticos como Tulum, sino que además puede generar daños arqueológicos y ambientales irreparables.

La discusión del proyecto se debe de dar con sensatez de ambas partes, gobierno y  opositores al proyecto, y con el afán de generar nuevas opciones. Sin recaer en excesos como el desacato judicial que hay en el Tramo 5 o ir a pedir a potencias extranjeras que metan sus narices en temas que deben ser nacionales únicamente.

¿El siguiente presidente será tabasqueño?

Las señales son claras: cada vez más líderes guindas se suman a la campaña de Adán Augusto López.

No se puede negar esa situación. Al contrario, cada vez resulta más evidente que el oficialismo comienza a inclinarse por un paisano del presidente. Es decir, un tabasqueño.

Ya van varias figuras morenistas prominentes que dan su espaldarazo al paisano del mandatario federal: Sergio Gutiérrez Luna, presidente de San Lázaro; Alfonso Durazo, gobernador de Sonora; y Alfredo Ramírez Bedolla, gobernador de Michoacán.