António Lobo Antunes, médico portugués que ofició en una Angola maltratada por el colonialismo europeo, como toda el África, escribe muy bien. O eso parecen insinuar las hermosuras de sus títulos: Ayer no te vi en Babilonia, Buenas tardes a las cosas de aquí abajo, Tratado de las pasiones del alma, Acerca de los pájaros, La muerte de Carlos Gardel.
O eso parecen asentar los arranques de sus monumentales novelas, donde importa más que nunca la delicia de la lengua, como decía Carlos Monsiváis, más o menos, o sus estructuras como de poema escurriente, con párrafos encabalgados en un flujo lírico terrible que no se modera nunca; pero no lo sé porque no he podido leerlo. Apenas asomarme.
Y es que una obra como la del psiquiatra y exmilitar no sólo requiere la voluntad tradicional de quien lee un libro, sino que demanda la atención casi absoluta del terreno de la poesía, donde el asunto no alza su penacho de flores en la anécdota, ni en el diálogo, ni en el contexto histórico, únicamente, sino que compone un pregón magnífico en la suma de esos recursos y en una cosa todavía mejor, ilocalizable: la atmósfera de quien abarca el mundo, de quien elige no renunciar a nada y pensar el universo desde su ombligo y sus nervaduras, como especula más o menos María Zambrano en su deslinde incluyente Filosofía y poesía.
¿Y qué me arrebata la oportunidad de esa atención extática de ganchos útiles para asomarme a los árboles y los cocuyos de una de las prosas más interesantes y esponjosas del panorama literario contemporáneo??
Lo normal: las lesiones psicoemocionales del capitalismo dificultan el derecho humano a la atención, la lentitud, la belleza, el placer de detenerse.
“La atención es un éxtasis”, aseveró el poeta español Jorge Guillén, integrante de la llamada generación del 27, que pronto celebrará cien años de que conmemoró a Luis de Góngora mediante la escritura de algunos de los mejores poemas de la lírica hispana del siglo XX, de la mano de Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Miguel Hernández, Luis Cernuda, Rafael Alberti y otros extraviados de la delicia y la queja política.
Y el éxtasis es una oportunidad humana para habitar la galaxia de manera no sólo elástica sino plena, mayestática, sensible, disuelta por las células en la pelambrera del éter. Una facultad sin embargo interrupta por las violencias cotidianas del estrés, el olvido de la prisa, la distracción de las preocupaciones, en las que, ay, la poesía también contribuye a buscar significativa reparación.?
Así, la justicia laboral y social pasa por multiplicar las oportunidades para la imaginación, para atestiguar la denuncia atroz y hermosa de Lobo Antunes y de los pocos sabios que en el mundo han sido. Pasa por ampliar los espacios para detenerse en la delicia de desentrañar un párrafo de resonada belleza.?
O que las evidencias me corrijan. Escribe el psiquiatra portugués en Tratado de las pasiones del alma, traducido por Mario Merlino:
El violín se estremeció en una vibración quejumbrosa que despertaba a los geranios y agitaba a los periquitos, enloquecidos en la jaula junto al muro, el sapo, liberado de las ciruelas, se sumergió de nuevo detrás de las piedras, separando los miembros del cuerpo como si sufriese de forúnculos en la ingle, los cabrahígos movieron sus ramas un instante y se callaron, sacudidos por brisas sin rumbo.