La crisis de la pandemia del Covid-19 evidenció muchas carencias de nuestras sociedades. Una de ellas fue la de los cuidados, en el sentido amplio del término, lo necesarios que son y lo carentes, injustas y patriarcales que son nuestras comunidades políticas para proporcionarlos.
Cuidar viene del latín, cogitare, que significa “pensar, estar atento o considerar”, y se relaciona con cura-ae, que quiere decir “asistir” o “procurar". Además, en griego, epimeleia, significa cuidar y al mismo tiempo gobernar. Es un lindo origen para una palabra. Cuidar es estar atento: en uno, en el otro, en la familia, en el medio ambiente, en la comunidad. Pero también es gobernar(se): cuidar de uno y de los demás.
Este último significado se ha perdido con el tiempo. En la filosofía política occidental, como bien menciona Marco Estrada Saavedra, las nociones de gobierno se redujeron a la violencia y la dominación, hecho que caracterizó a los Estados de Bienestar: la capacidad del gobierno de recurrir a la violencia legítima y al cuadro administrativo de dominación, para ordenar a la sociedad y garantizar su propia reproducción, protegiéndola de diversos riesgos, a través, por ejemplo, de la seguridad social. Cuestión que fue desmantelada por el neoliberalismo que prefiere que la sociedad garantice su existencia a través del mercado.
El asunto es que la tradición política occidental equiparó la seguridad con el cuidado, como si estar seguro frente a un riesgo social fuera lo mismo que cuidar a alguien que sufrió un riesgo; y no, no es igual. La especialista en cuidados Lourdes Jiménez Brito ha explicado el punto: la maternidad, por ejemplo, es un riesgo social y, por ende, el Estado debe garantizar servicios para decidir libremente si se quiere ser madre, así como servicios y transferencias para quien decide serlo.
El problema es que la atención estatal puede ser estigmatizante e incluso infringir violencia obstétrica, generando así malestar físico y psicológico hacia las mujeres. En ese caso se atiende el riesgo, pero no se cuida a las pacientes.
Comprender esto implica transitar hacia un nuevo paradigma de bienestar, que sin duda las izquierdas deben impulsar: un Estado que garantice la seguridad frente a los riesgos sociales desde una perspectiva de cuidados. Dicho modelo, por ejemplo, comprendería que, si bien los médicos son importantes, en tanto curan las enfermedades, las personas enfermeras lo son también, en tanto que son ellas las que cuidan a los pacientes. Así que, por qué no, además de contratar más médicos, incluso extranjeros, se contrata a más enfermeros y enfermeras, se les mejora sus condiciones laborales y se dignifica su labor, como el de todas las personas cuidadoras.