El populismo, dicen los que saben, es ante todo un fenómeno político en el que sectores sociales, tradicionalmente excluidos, irrumpen en la escena política mediante un reclamo democrático exaltado por uno o varios líderes. En ese reclamo se sintetizan una serie de demandas que pretenden redimir los agravios perpetrados por una élite insensible a los dolores del pueblo. Así, un gobierno populista es aquel que sus políticas están enfocadas en satisfacer dichas demandas, desplazar a las élites y construir un orden en el que los agraviados sean prioridad.
Erróneamente se ha pensado que un gobierno es populista por condicionar y/o movilizar el voto usando el poder del Estado, pero eso lo hacen toda clase de gobiernos. Ahí está por ejemplo el de Enrique Peña Nieto, quien puso a todo el gobierno federal a operar para la elección del Estado de México de 2017. También, se dice que el populismo es una forma de discurso, pero cualquiera puede imitar a un líder y repetir frases. Muchos políticos han fracasado creyendo que se trata sólo de hablar del pueblo y las élites; confundiendo populismo con demagogia.
Entonces, si buscamos definir a este gobierno como populista, como ha insistido en varias ocasiones Jesús Silva-Herzog Márquez, no es suficiente con que se haya utilizado el poder estatal para impulsar el revocatorio; ni con que que lo justifique en el nombre del pueblo. Al contrario, como dije, eso lo puede hacer cualquier gobierno.
Para definirlo como tal hay que ver, por ejemplo, si las élites han sido desplazadas en aras de redimir el agravio perpetrado contra el pueblo y fundar un orden nuevo. Aunque quizás ni así podamos conseguirlo. Desde el inicio del sexenio, el gobierno ha decidido convivir con ciertos miembros de las élites en aras de la estabilidad. En lo local, el partido en el poder ha arropado a viejos adversarios. Representantes de la mafia del poder, nacional y local, ahora gobiernan de guinda y hablan de no mentir, no robar y no traicionar al pueblo. Los que antes agraviaron a la gente, dicen que ya entienden su dolor y van a redimirse desde la trinchera de la Transformación.
También podríamos ver la consolidación de un nuevo sujeto político a raíz del reclamo democrático de 2018, aunque hasta el momento no sabemos si existe o si lo que sigue latente es el espíritu del cambio. El primero se trataría de una identidad política que trascendería a la coyuntura y de la que deberíamos identificar sus márgenes claramente. ¿Existe más allá de la comunicación gubernamental? El segundo sería un sentir compartido de nuestra época: seguimos expectantes a un cambio.
¿En dónde está el populismo?