Hay dos elementos de la Cuarta Transformación que me interesa resaltar. Por un lado, hay una nueva conversación pública. Ya no hablamos de técnica, eficiencia, transición a la democracia o modernización; ahora todo es transformación, lo que sea que eso signifique: austeridad republicana, pueblo, democracia verdadera, primeros los pobres, no mentir, no robar, no traicionar al pueblo, y demás frases que se repiten y se repiten todos los días en las redes, los medios y hasta en las firmas de los documentos oficiales.
Por otro lado, las izquierdas han sido marginadas de esa conversación. Sus debates prácticamente no existen en la coalición gobernante y todo comentario crítico es equiparado con el de la derecha o el golpe blando. No hay espacio para el diálogo entre fuerzas progresistas. Lo que se ofrece es aceptar la repetición de consignas y adoptar la personalidad (ser)monera. Y muchos han tomado ese camino. Siempre resulta más cómodo y beneficioso repetir que reflexionar, caminar sin preguntar, acompañar sin cuestionar, justificar por justificar; aunque no quede claro si lo hacen para estar del lado correcto de la historia o del lado correcto de la mesa cuando se reparten los beneficios del poder.
Así, las izquierdas se encuentran impotentes y extraviadas: una parte de la izquierda socialista se fundió con la transformación y abandonó sus referentes culturales, incluyendo la vocación de reflexión crítica, como si disentir en un asunto en concreto significara rechazar un proyecto en su totalidad. Otra se quedó en la transición y se limita comentar sus antiguos libros y a repetir frases, aunque claro, sus frases: “la transición era perfecta, sólo que nadie lo entendía y dejamos que la destruyera López Obrador”; algunas más convencidas de que la alternativa es, con mayor razón, la comunitaria; y muchas otras resistiendo, estudiando y organizándose como pueden. Todas ellas diferentes, como siempre, pero con algo en común: marginales en la conversación.
No cabe duda que la Transformación es irreversible y que López Obrador es el político más importante del México contemporáneo, cuyo mayor legado es abrir la puerta del cambio. Pero el horizonte está en disputa. Las ideas, el programa, los límites y el público de la transformación aún están en construcción; y el cambio aún tiene que sortear muchos caminos, coyunturas y complicaciones. Las frases no bastan para consolidar un nuevo orden, pues los actores y fuerzas políticas que hoy parecen derrotados mañana pueden estar de nuevo en la cúspide. Por eso, las izquierdas necesitan encontrarse, reflexionar públicamente y hacerse presentes, con la responsabilidad y la ética que la caracteriza. Hay que insistir que el cambio de régimen está a la izquierda.