Se cumplieron ayer tres semanas desde que tropas rusas iniciaron su invasión de Ucrania y, quiérase o no, el mundo ha cambiado mucho en este corto periodo.
Desde la crisis de los misiles rusos en Cuba que en 1962 enfrentó a Estados Unidos contra la extinta Unión Soviética, la humanidad no había estado tan cerca como ahora de su total aniquilación por una guerra nuclear. El nuevo zar ruso, Vladimir Putin, complicó el conflicto cuando después de solo tres días de invadir ordenó a sus fuerzas nucleares a mantenerse en alerta máxima.
Utilizando como pretexto las que calificó como “declaraciones agresivas" de la OTAN y las duras sanciones financieras cuya severidad tal vez nunca imaginó, su orden generó temores de que su invasión podría escalar a una guerra nuclear, ya sea por diseño o por error.
Al poner en alerta a sus fuerzas nucleares Putin les dijo a sus enemigos de que está dispuesto a utilizarlas en caso de que sea necesario. Que lo dijera en serio o no es irrelevante, porque una amenaza como la suya más vale tomarla en serio.
Por lo anterior, la OTAN no ha enviado tropas a Ucrania o impuesto una zona de no vuelo sobre ese país. Putin ha dicho que la presencia de tropas de cualquier país de la OTAN en territorio ucraniano equivaldría a una declaración de guerra contra Rusia y que su gobierno y fuerzas armadas actuarán en consecuencia.
El presidente estadounidense Joe Biden ha sido claro al decir que para prevenir una Tercera Guerra Mundial ningún ejército de la alianza atlántica entrará a Ucrania y que la ayuda que su país y otros le dan al gobierno de Volodímir Zelenski se limita a armas defensivas capaces de derribar misiles, drones, aviones y helicópteros, destruir tanques y unidades terrestres y herir o matar soldados rusos.
Daryl G. Kimball, director ejecutivo de la organización Asociación para el Control de Armas y editor revista mensual Arms Control Today, escribió esto hace unos días en el sitio thebulletin.org del Bulletin of the Atomic Scientists: “La brutal guerra de Rusia en Ucrania probablemente durará muchas semanas, si no meses o más… el mundo permanecerá en una condición de mayor peligro nuclear durante algún tiempo. La situación exige moderación y una solución diplomática. Pero una vez que termine la guerra en Ucrania debe haber un ajuste de cuentas serio con el papel que juegan las armas nucleares en las estrategias militares de los países nucleares de todo el mundo y una presión renovada para que se tomen medidas para su eliminación”.
En México, el peligro de una guerra nuclear que nos afectaría a todos parece no preocuparle al presidente Andrés Manuel López Obrador, que en ningún momento se ha ofrecido a actuar como mediador entre las partes beligerantes, a pesar de que el 1 de marzo dijo que México no sancionará a Rusia porque “queremos estar en condiciones de poder hablar con las partes en conflicto”.
Evidentemente le es más importante inaugurar un aeropuerto inacabado o validar su popularidad mediante un proceso de revocación de mandato cuyo resultado a su favor está fuera de cualquier duda.
A los que sí nos preocupamos por asuntos más importantes, solo nos queda esperar que el conflicto ruso-ucraniano no llegue a mayores, ya sea por diseño o por error.
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