Opinión

A LA IZQUIERDA

Fuerza y debilidad de la 4T

Tal y como lo hizo en la marcha, el presidente avanza cada vez más lento, producto de la edad, de la enfermedad y de la pérdida del apoyo de las clases medias, pero con la fe intacta de los suyos, y de él mismo, en su persona.

Créditos: Presidencia
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La 4T tuvo por fin su gran evento, aunque no de las proporciones históricas que le atribuyen sus voceros. No fue un hecho fundante que constituyera y delimitara con claridad las características de un nuevo sujeto político. Tampoco fue una movilización que empujara los márgenes del conflicto político, que arrinconara a la oligarquía o que exigiera el cumplimiento de una agenda política obstruida por las élites —sorprendentemente las consignas a favor de la reforma política fueron mínimas—.  Se trató de un acontecimiento en el que coincidieron el poder del Estado, de los gobiernos morenistas y del partido, con un importante sector de la población que, como marcan todas las encuestas, son mayoría. Todos ellos unidos única y exclusivamente por Andrés Manuel López Obrador. 

Con ello, la 4T desplegó con total transparencia su fuerza y su debilidad. De su lado tiene la fuerza de un líder a prueba de todo, que en su espalda carga con los fracasos de este gobierno —aumento de la pobreza, corrupción, políticas mal implementadas y un largo etcétera—, pero que mantiene firme el paso. Tal y como lo hizo en la marcha, el presidente avanza cada vez más lento, producto de la edad, de la enfermedad y de la pérdida del apoyo de las clases medias, pero con la fe intacta de los suyos, y de él mismo, en su persona. Las encuestas muestran que no hay mucha diferencia en la aprobación que tiene el presidente con la de sus antecesores, pero sin duda destaca en la cohesión que genera con la gente, su público, sus seguidores y sus subordinados. Ningún líder en la historia reciente de nuestro país ha provocado la fascinación, la identificación y la movilización en torno a una persona como López Obrador. 

Además, cuenta con toda la fuerza del Estado y la capacidad para justificar su despliegue sin importar lo ilegal o inmoral que sea. La movilización a costa de los recursos estatales fue tan evidente como la congregación para ver al presidente. Ante la incapacidad de ocultarlo, se decidió exhibirlo sin recato alguno: transportes de todo tipo desfilaron y se estacionaron en diversas partes mientras lucían pancartas que permitían identificar el estado, el distrito y el “referente” que los había traído (fueron 1087 autobuses, 319 microbuses, 265 camionetas, 84 autos particulares, 20 combis y 4 taxis, según Reforma); el gobierno de la Ciudad de México puso a disposición de los organizadores camiones del Metrobús para los traslados, y comunicadores, paleros y demás personalidades justificaron lo que tradicionalmente se conoce como “acarreo”, y acusaron de clasismo y de mezquindad a cualquiera que se atreviera a denunciarlo. Es claro que diferencia de las demandas históricas del “obradorismo”, ahora todo se vale para ganar. 

Pero también fueron visibles las debilidades de la 4T. Por un lado, existe una incongruencia entre las frases del presidente y la realidad material. Dicha incongruencia no ha sido resuelta discursiva y programáticamente por “los intelectuales” del transformacionismo que se dedican a repetir todo lo que dice el presidente y a dialogar entre ellos mismos de manera autocomplaciente. El único generador de ideas es López Obrador, pero estas son cada vez más impotentes para llegar a todos aquellos que no forman parte de su público. El último gran ejemplo es “el humanismo mexicano”, expresión con la que definió a su programa de gobierno y que fue caracterizado con un compendio de frases que ha utilizado desde siempre —y que se han repetido en los libros de “2018: la salida”, “Economía Moral”, “Cartilla Moral” y “A la mitad del camino”—. El problema es que el discurso es tan difuso, la realidad material tan distante y los “intelectuales” tan carentes de autonomía para pensar más allá de los márgenes que define el presidente, que todo queda en frases cursis y en un programa político inexistente. 

Por otro lado, está la dificultad de que el “obradorismo” trascienda a López Obrador. Los gritos pidiendo su reelección fueron tan genuinos como su rechazo a ella, pues no tiene ni la vocación ni la energía para hacerlo. Ninguno de los apuntados para sucederlo podrá aglutinar a la gente, al partido y al gobierno, ni cargar con todo el peso de los fracasos que su espalda soporta. Otras fuerzas políticas constituidas en torno a una persona y con mejores resultados a cuesta, han fracasado en consolidarse institucional e ideológicamente. Sin el líder, sin una doctrina más allá de las frases populacheras y sin un programa político definido, es difícil que la multitud que se congregó con sinceridad alrededor del presidente pueda subsistir como sujeto político y revitalizar a un posible nuevo gobierno transformacionista. La cruda de la fiesta del domingo no les deja verlo.