Poco a poco, el “transformacionismo” renunció a ser de izquierdas. En primer lugar, abandonó la lucha contra el neoliberalismo y la redujo a un plano discursivo que, en los últimos días, también se ha perdido. El presidente se ha reconocido a sí mismo como neoliberal y ha mencionado que el neoliberalismo puede ser benéfico si está bien implementado. Por esa razón, dice que la batalla es contra la corrupción, el principal obstáculo para su correcta implementación. Sólo que, en los hechos, cuando se desborda la corrupción, como en el caso de SEGALMEX, se prefiere voltear hacia otro lado. Así que, si seguimos la lógica del presidente, su gobierno es un neoliberalismo mal implementado por la corrupción.
En segundo lugar, renunció a su vinculación orgánica con movimientos, organizaciones y liderazgos de izquierda. Ante cualquier crítica, ha puesto en el mismo costal del “conservadurismo” a feministas, a profesores de la CNTE y a gente que lo acompañó durante mucho tiempo. Al mismo tiempo, en tercer lugar, se desprendió de las demandas históricas de las izquierdas: por un lado, ha profundizado la militarización del país y ha justificado cada una de las acciones que se han realizado al respecto; y por otro lado, ha debilitado los avances democráticos por los que lucharon las izquierdas —no sólo las de la transición, sino todas las que lo hicieron mucho antes de ésta— promoviendo una reforma electoral regresiva y construyendo un partido político vertical, autoritario y sin vida orgánica. Así, en el “transformacionismo” las izquierdas no existen ni siquiera en los términos del presidente: se han perdido las convicciones.
Sin embargo, la respuesta “pluralista” hacia la avanzada autoritaria tampoco es de izquierdas. Conserva en su núcleo la defensa de la democracia procedimental que promovieron las izquierdas de la transición, pero no plantea una alternativa al neoliberalismo e incluso convive con actores políticos y organizaciones que también lo impulsan, que han lastimado a nuestra democracia o que sostienen discursos antiderechos. La contradicción es grande incluso en sus propios términos: no es posible construir un frente antiautoritario con sectores que en su pasado y en su discurso también desprecian los valores democráticos.
Sin duda la defensa de la pluralidad y la democracia procedimental es necesaria para mantener un piso mínimo de competencia. Pero no se puede aceptar el hecho de que la agenda de las izquierdas quede reducida a la democracia procedimental mientras se convive con sectores clasistas y racistas. Si en verdad existe voluntad democrática, se tendrá que abrir un espacio para impulsar una agenda democratizadora, antineoliberal e igualitaria que contraste con el neoliberalismo “transformacionista”. Para eso es necesario que varios sectores hagan un ejercicio de autocrítica y otros, con discursos excluyentes, se hagan a un lado. El pluralismo debe ser de izquierdas.