Falta poco menos de dos años para que termine el sexenio de López Obrador y ya tenemos a la vista uno de sus mayores legados: la profundización del carácter autoritario del régimen. El autoritarismo, como rasgo estructural, no es algo nuevo, ni tampoco fue propiciado esporádicamente por el populismo, como algunos podrían afirmar. Es en realidad algo que ha sido una constante a lo largo de los años y que este gobierno ha profundizado, en algunos casos involuntariamente.
La caricatura que pintaron los ideólogos de la transición sobre el autoritarismo, los llevó a pensar que éste sería representado por el típico dictador de película o que se vería como Hugo Chávez. Por ello, fueron incapaces de observar que el autoritarismo del viejo régimen no se agotó con el surgimiento del pluralismo —la alternancia y la consolidación de un sistema tripartidista— sino que se mantuvo en cierto ejercicio del poder, en la constante represión —a los movimientos sociales, a los periodistas y a diferentes políticos, sobre todo a nivel subnacional— y en el fortalecimiento de la institución que por excelencia es menos democrática: el ejército.
En un ensayo publicado en Nexos, el historiador Jacques Coste argumenta que mientras que la transición a la democracia reformaba las instituciones y construía un nuevo sistema de partidos y un nuevo sistema electoral, las relaciones cívico-militares se sostenían en la opacidad y en la informalidad; y el ejército aumentaba sus facultades para el combate al crimen organizado y su presencia a lo largo del territorio. La militarización, sostiene el autor, es en realidad un proceso histórico y estructural que inició, si acaso, en el año 2000, y que se ha mantenido, de una y otra forma, durante varios sexenios. Todo esto sin que se reformara siquiera un poco la estructura militar y sin que se establecieran mecanismos reales de control.
López Obrador ha jugado un papel central en la profundización del rasgo autoritario del régimen de la transición y en el mantenimiento del proceso de militarización. En primer lugar, ante el debilitamiento del Estado que él mismo propició, les ha encargado a las fuerzas armadas la implementación de su programa político: hay militares y marinos construyendo aeropuertos y trenes, planificando empresas estatales, administrando aduanas y recibiendo a migrantes en el aeropuerto.
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En segundo lugar, les ha dado mayor legitimidad. Les lava la cara todo el tiempo. Si el Informe sobre el caso Ayotzinapa que elaboró Alejandro Encinas explica que las jerarquías y los procedimientos de las fuerzas armadas participaron en la desaparición de los normalistas, en colusión con el crimen organizado, él argumenta que son sólo unos cuantos, algunas manzanas podridas, y no todo un proceder histórico de la institución. Si los documentos hackeados de Guacamaya Leaks demuestran que el ejército espía periodistas, políticos y activistas, él afirma que más bien se trata de servicios de inteligencia y termina criticando la calidad moral de los espiados. Y si hay una crítica hacia el proceder de las fuerzas armadas, prefiere hablar de su alto nivel de popularidad y resaltar su nobleza como “pueblo uniformado”.
En tercer lugar, ha normalizado su participación política. Los militares enarbolan discursos con tintes políticos, intervienen —sin recato alguno— en el cabildeo de reformas políticas, y, según documentos del hackeo, le argumentan al presidente a favor de posibles implicados en el caso Ayotzinapa. Todo esto es minimizado por el presidente y por gran parte de sus militantes y de sus simpatizantes, a pesar de que fue el mismo López Obrador el que reconoció que “ha recibido muchas presiones y de todo tipo” por el caso Ayotzinapa.
López Obrador no se va a perpetuar en el poder como imaginan algunos de sus detractores, ni se convertirá en el dictador de película de sus fantasías. Su legado autoritario es otro: debilitar al Estado, fortalecer al ejército y trivializar las críticas y las evidencias sobre su proceder, y con ello desmovilizar la indignación al respecto. Hay que hacernos a la idea de que él se va a ir, y nos quedaremos nosotros y el ejército.