Cuando la violencia se ha desbordado a niveles sin precedente y el Ejército ha sido impuesto como encargado de la seguridad pública y al mismo tiempo ha sido víctima de un ciberataque, exigir rendición de cuentas a las fuerzas armadas no es ninguna falta de respeto, es una obligación del Poder Legislativo que aprobó precisamente la militarización del país en momentos tan delicados para el país.
Por eso, la comparecencia de la secretaria de Seguridad Rosa Icela Rodríguez resultó un rotundo fracaso. A pocos importó escucharla repetir tres horas, como “guacamaya” las cifras alegres, dictadas por el inquilino de Palacio, como si estuviera en una “mañanera”.
Lo denigrante fue el fusilamiento retórico de mi general secretario de la Defensa, quien, junto con los titulares de Marina y Guardia Nacional, acudieron al Senado en calidad de escoltas, como estatuas de piedra, blindados para no dar explicación alguna.
La comparecencia de Rosa Icela solo sirvió para poner en la línea de fuego opositor al secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, para que los senadores Lilly Téllez, Germán Martínez Cázares y Emilio Álvarez Icaza, le echaran en cara sus desplantes por denigrar a los legisladores como si fueran tropa subordinada y hacer creer que el uniforme militar lo hace más y mejor mexicano; por asumirse como empleado leal al presidente y no a la Constitución.
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Luis Cresencio Sandoval no pudo disimular el gesto de irritación por los reclamos furiosos ante la derrota frente al enemigo “guacamayo”.
La cereza del pastel de lodo la puso la senadora morenista Lucía Trasviña quien, por defender la necedad presidencial de proteger a mi general secretario, no dejó dudas de su nivel verdulero.